Tres años antes de mi natalicio, en 1957, llegó a Colombia la primera computadora: la IBM 650. La compró Bavaria por 50.000 dólares, pesaba una tonelada y su única gracia era la de optimizar algunas labores operativas, como la contabilidad. A mediados de los años setenta la computación se había instalado en las principales empresas y universidades del país. Todavía recuerdo mi estado de asombro cuando de regreso a casa, en el bus del colegio, un amigo que cursaba último año me mostró una tarjeta de cartulina perforada y trató de explicarme, sin mucho éxito, que en esa secuencia enrevesada de diminutos huequitos rectangulares podía estar escrito, por ejemplo, mi nombre. Nadie, salvo Bill Gates, era capaz de imaginar que ese pedazo de cartón sería el precursor de una tableta gráfica. Que algún día casi todos los seres humanos tendríamos un teléfono celular, propio o robado, como los que veíamos en las películas de ciencia ficción más aventuradas de aquella época, y mucho menos que el desarrollo impetuoso de la tecnología nos pondría a salvo del aislamiento.  Hace poco me llamó un excompañero de colegio para pedirme un favor; la hija de una amiga suya, que debía graduarse de bachiller a mediados de este año, estaba totalmente devastada al saber que tendría que olvidarse de la excursión y que la ceremonia de grado se realizaría de manera virtual. Algunas de sus compañeras de curso entraron en una depresión preocupante. La petición de mi amigo consistía en hacerles un video dándoles una voz de aliento. Así lo hice.  Grabé un video con mi teléfono en el que decía, palabras más palabras menos, lo siguiente: que Aruba seguirá estando en el mismo lugar cuando salgan del encierro y que ya sin la vigilancia de los maestros podrán organizar una excursión de padre y señor mío, ¡con aires de bacanal! Que en vez de ponerse tristes deberían estar exultantes: su promoción será recordada para siempre, marcará la historia de Colombia por ser la primera en graduarse de manera virtual y en medio de una cuarentena. Les decía, en últimas, que brindaran y celebraran a todo taco con los amigos por Zoom, y que se sintieran privilegiadas por vivir en un momento inolvidable, en el que gracias al vertiginoso desarrollo de la informática y la tecnología –desde aquella época remota de la primera computadora hasta hoy–, sus planes de estudio y proyectos profesionales podrán seguir adelante siempre, aun a pesar de una pandemia. *Actor. Lea también: Cómo ayudar a los bachilleres a elegir su carrera en tiempos de incertidumbre