Cuando las escuelas vuelvan a abrir en agosto, todo habrá cambiado. Si bien el Gobierno nacional ha generado diversas directrices y lineamientos, es difícil asegurar y prever cuál será el panorama. Sigue en duda cómocambiará la configuración física de la clase (grupos que deberían ser de 15 o menos alumnos), horarios escalonados, diferentes políticas de asistencia (las escuelas pueden abrir, pero algunos padres pueden optar por mantener a sus hijos en casa), y por supuesto la conversación sobre si los más pequeños y vulnerables deberían tener prioridad. Se ha hablado mucho acerca del tema, pero, en cualquier caso, cuando regresen, la primera tarea supera el diagnóstico académico, comprende también el apoyo psicoemocional e integral para ayudarlos a recuperarse en una red segura que debería existir en todas y cada una de las escuelas del país. Volver a las aulas incluye integrar lo que los alumnos y docentes han aprendido sobre los nuevos modos de hacer escuela. Muchas familias no tienen los dispositivos necesarios ni lo que es más importante: las habilidades y el conocimiento para acompañar a los niños y niñas en un aprendizaje mucho más autónomo y acotado a las realidades de cada estudiante, donde se priorizan los aprendizajes. En voz de los jóvenes que he podido escuchar: “La educación es un derecho para todos, ustedes forman personas que opinan y sean humanas; las tareas no son lo único”. Con todo el esfuerzo heroico que ha supuesto sobre todo para los docentes y sus directivos, han proliferado miles de sugerencias y propuestas sobre qué hacer y qué no hacer con la enseñanza y la educación desde casa. En la mayoría de los casos, se ha hablado sobre el uso de varias plataformas digitales con contenido educativo, y en otros sobre replicar lo que se hace en el aula o distribuir computadores y tabletas a familias que no saben –en muchos casos– usarlas o que no cuentan con el acceso a internet necesario para, por lo menos, poder ingresar al navegador porque viven en zona rural u otros contextos vulnerables. Esa brecha digital ha evidenciado, a su vez, la desigualdad en el aprendizaje. La realidad de Colombia es que los hogares no están conectados. Según el Dane 2019, de los 15,5 millones de hogares, más del 60 por ciento no tiene acceso a conectividad y en zonas rurales es de más del 90 por ciento. Más que la falta de competencias digitales de algunos profesores, está también la falta de habilidades digitales de las familias. El coronavirus pone a la escuela frente a la realidad social. Por eso, no basta con proporcionar computadores, programas educativos para aprender en casa, ni que los docentes hagan uso de las últimas plataformas o aplicaciones, cuando no hay internet o cuando la única conexión con internet es un celular. La brecha digital, paralelamente, corresponde a una brecha social con las habilidades informáticas de los padres; pero también, en otros, con familias diversas, algunas desempleadas, con varios hermanos y sin wifi. Sin duda la pandemia ha evidenciado muchos problemas de la educación actual, pero también son muchos los aprendizajes y reflexiones que esta experiencia nos deja. En lugar de más de lo mismo, debemos reimaginar cuál es el papel de la escuela y de la educación en estos tiempos inciertos. Debemos valorar el poder de transformación y resiliencia de los docentes y su trabajo al valorar y afianzar los aprendizajes en sus estudiantes, debemos fortalecer la conectividad y el acceso a dispositivos móviles en zonas vulnerables, rurales y rurales dispersas. Es hora de aprovechar la oportunidad para fortalecer el vínculo de las familias con el proceso de aprendizaje de los estudiantes. Debemos trabajar en el papel fundamental de la confianza en el proceso de aprendizaje y que a raíz de lo que ha ocurrido da la sensación de que se ha ido desdibujando, lo que, como consecuencia, traerá mayor deserción escolar en el país y que a toda costa debemos evitar. La comunicación clara, la flexibilización de los programas de estudio y la lectura juiciosa de los territorios se convierten en herramientas claves para los tiempos que se avecinan del sistema educativo. Se requiere confianza en las propias capacidades, en las del profesor y en el dominio que este posee en relación con lo que enseña, en el grupo de compañeros y compañeras, en el personal directivo y administrativo del sistema educativo y en el entorno comunitario, entre otros, para pensar un mundo en el cual la tolerancia, el respeto a la diversidad, la solidaridad y equidad sean parte constituyente y estructural de la vida cotidiana y, en especial, del quehacer diario de la educación para que cuando las escuelas abran sus puertas de nuevo sintamos la seguridad de que estaremos a salvo porqueconfiamos en las capacidades y el trabajo del otro. *Directora ejecutiva de la Fundación Empresarios por la Educación. Lea también: Cómo ayudar a los bachilleres a elegir su carrera en tiempos de incertidumbre