A Deisy Ayala le hace falta un año para graduarse como técnica auxiliar administrativa. Hace seis meses comenzó a estudiar en el Instituto Colombiano de Aprendizaje y aunque hubiera preferido iniciar con una carrera universitaria, confiesa que primero hizo el técnico porque no tenía dinero para el título profesional. Al igual que Deisy, cientos de miles de jóvenes en Colombia ven en la educación técnica el primer peldaño de su formación para ingresar al mercado laboral. Esta “metáfora de la escalera” la propone Billy Escobar, secretario general del Politécnico Grancolombiano, para explicar que la también llamada educación para el trabajo (técnica y tecnológica) “está enfocada en la operación adecuada de ciertos procesos en las organizaciones”. Por lo tanto, es un modelo educativo vinculado directamente al sector productivo. Y Colombia tiene un déficit importante de mano de obra calificada. Si bien es cierto que el país pasó de graduar, en las seis modalidades de educación superior, 227.378 personas en 2010 a 482.122 en 2018, este incremento se debe principalmente a la formación tecnológica y universitaria, pero no a la educación técnica, que creció apenas en 700 graduados durante ese periodo. En el número de matrículas, el escenario no es mejor: de 92.941 registradas en 2010, se bajó a 78.614 ocho años después. Paradójicamente, estos números deberían ser mayores, pues “el técnico profesional es una necesidad en Colombia, que no cuenta con suficiente personal calificado en la base de la pirámide. Desafortunadamente, tenemos una concepción muy feudal de la educación y el 80 por ciento del capital de trabajo está en las pequeñas y medianas empresas”, puntualiza Escobar. Ángel Pérez, investigador y columnista en temas de educación, cree que esto se debe “a que la valoración social de la educación técnica y tecnológica es muy baja. Todo el mundo valora más ser profesional, sin importar de qué institución”. La otra razón es más estructural y tiene que ver con el sistema educativo. “La educación empieza realmente en el grado transición, con niños de 5 años. Eso hace que los muchachos se gradúen muy jóvenes de la educación media. A los 16 ya deben decidir qué estudiar y cuando tienen un proyecto de vida difuso terminan eligiendo lo que les tocó, lo que vieron como posibilidad, pero no algo que les guste”, complementa Pérez. Wilfer Gómez estudió un técnico administrativo en el Politécnico Superior de Cali porque “una carrera técnica se ajusta más al presupuesto y es más corta”. En realidad anhelaba ser psicólogo, y su plan era conseguir trabajo y continuar el siguiente ciclo propedéutico de educación superior hasta poder terminar una carrera profesional. Lo consiguió gracias a que obtuvo una beca para cursar un pregrado universitario en modalidad virtual y lo hizo en psicología. Sin embargo, “cuando busqué trabajo como técnico las opciones laborales tenían mayor demanda que las que tengo ahora como profesional”, se lamenta Gómez. “Hay que fortalecer entidades como el Sena, una institución que reúne al 67 por ciento de los estudiantes técnicos y tecnólogos. El país debe definir qué pautas seguir para que estén alineadas con el sector productivo y las características de desarrollo de cada ciudad”, propone Pérez. Finalmente, Escobar está convencido de que la formación para el trabajo tendrá un nuevo protagonismo a raíz de los cambios sociales propiciados por el covid-19. “Va a haber una reconversión obligada de todo el sector productivo del país y del mundo, que obligará a que las personas tengan competencias para el trabajo. ¿Cómo se puede cualificar a la gente para esto? A través de la educación técnica”, sentencia. Lea también: La experiencia de dar cátedra por Zoom