"Colombiana: vete a comer maíz a tu país”, le gritó un taxista de Madrid a una persona muy cercana. Eran los años de la migración masiva a España y él, ya mayor, uno de los muchos convencidos de que los llegados de América Latina son una plaga que pone en peligro su sueldo y su lugar en la sociedad. Quería insultarla y lo hizo, pero visto en perspectiva más bien debe asumirse como un halago. Alude a una raíz sublime. Cultivamos y comemos maíz en América, de Chile a Canadá. Aquel grano dorado deslumbró a los españoles desde los tiempos de Cristóbal Colón, y a Europa entera, levantada con trigo y cebada. Había sido por miles de años la base de la alimentación de los aztecas, que conocían más de 60 variedades y lo usaron incluso como moneda. Comían maíz los incas, nuestros chibchas y todos los pueblos nativos de este lado del mundo. Por cuenta de la conquista, el cereal americano conquistó el mundo. Quinientos años después, Colombia lo sigue utilizando a gran escala para consumo humano y, sobre todo, para alimentación animal. Pero se cultiva cada vez menos. Aquí se producen cerca de 1,5 millones de toneladas de los 7 millones que requiere la industria. Es decir, que 5,5 millones de toneladas se traen del exterior. Y mientras crecen los volúmenes de maíz procedente de Estados Unidos y otros países como Brasil, se reducen las áreas sembradas. Sucede tanto en las laderas de las montañas que se cosechan tradicionalmente, como en las grandes planicies que producen variedades tecnificadas. Una tendencia lamentable pero irreversible ante la realidad del mercado: la producción local no puede competir en precios. Se ha hecho mucho pero se podría hacer más. Los pequeños agricultores necesitan apoyo, insumos y maquinaria para cerrar la brecha tecnológica. Los grandes, estabilidad y garantías para ampliar la frontera agrícola y crecer la industria. Hay un enorme potencial en tierras que podrían ser productivas, pero también muchas cosas por resolver sobre la propiedad y la tenencia. No se puede permitir que, poco a poco, el maíz local desaparezca. Aciago sería el día en que no existan las mazorcas de enormesgranos y solo podamos comer sweetcorn. Y soy más consciente de eso cuando muerdo una arepa en la mañana. No puedo evitar agradecerles a la tierra y a los ancestros. *Directora de información internacional de Caracol Televisión. Lea también: Así puede crecer el agro colombiano su potencial