Por: Orlando ´Cholo´ Valderrama* Los lebrunos del día se asoman tenuemente a relés del monte, el “catire” está pronto a desplegar su luz sobre la ingrimitud de la llanura. Ya el concierto diario ha iniciado: guacharacas, chenchenas, paraulatas, arrendajos, turupiales, ruiseñores, tolditos, cubiros, aguaitacaminos y chiricocas derrochan su característico trinar saludando al alba. Sonidos que se entremezclan con los cantos de trabajo del peón de campo. El llano despierta y despierta con música, porque el llano es música, todo él. El relincho de los caballos, el pitar de los toros, el aullar de los monos, el latir de los perros, el cacareo de las gallinas, el silbo del baquiano. Todo en él es música. Tal vez por ello, en casi todo rancho é palma erguido con su altanera tradición está un cuatro guindando de la caramera de un venao, o de una vaca, o de un novillo, o del colmillo de un marrano cerrero cazado para el sustento. Ese cuatro es el compañero inseparable del llanero, cuando en las tardes plenas de nostalgia lo rasga y desgrana junto a él vibran sus penas, sus alegrías, sus tristezas y por qué no, sus sueños. Tal vez por eso no se hacen cantadores en el llano, en el llano nacen los cantadores. Dice un refrán cierto (como todos los refranes): “En el llano, el que no canta, silba”. El músico criollo hace parte del llano, está ahí, no para hacerse famoso ni mucho menos, pertenece a la tierra y lo sabe. Sabe que más que una profesión es un compromiso adquirido desde su nacimiento, el compromiso de seguir la tradición del verso improvisado, del leco sublime, del pasaje consentido, de la poesía que el llano le va dictando a cada momento. Los cantores del llano somos unos más del pueblo, la tierra nos necesita, así como necesita al veguero, al ordeñador, al amansador, al caporal, ¿qué sería de nosotros sin el llano? “El cantar espellejao es pal cantor sabanero”, dice Nelson Morales “El Ruiseñor de Atamaica”. Lea también: Manuel Rodríguez Becerra propone cómo transformar la producción ganadera