Hace 22 años que la vereda La Balsa, en Chía, tiene voz. Y es una voz dulce, elocuente, pausada y concisa. Así es Inesita Domínguez, presidenta de la Junta de Acción Comunal (JAC), quien llegó al municipio hace 40 años. Fue concejala en 1998, luego presidenta del Consejo Territorial de Planeación y hoy, a sus 75 años, es uno de los miembros más activos de su comunidad en cuanto a participación ciudadana: conoce sus calles, los problemas de la gente, y, también, conoce los planes de desarrollo que los afectan. Uno de estos planes, precisamente, es la ampliación de la Autopista Norte y la Carretera de los Andes, cerca de La Balsa. Inesita es la encargada de llevar todas las inquietudes de la comunidad de una institución a otra: de la Agencia Nacional de Infraestructura (ANI) hasta el Instituto de Infraestructura y Concesiones de Cundinamarca (ICCU). Tiene todos los registros y mantiene una relación con AcceNorte, la concesión de esta obra. Para André Quijano Quiroga, coordinador social de AcceNorte, “las socializaciones abren paso para que la gente esté permanentemente informada sobre el desarrollo de las obras. Con esto las comunidades se sienten partícipes del desarrollo socioeconómico de sus regiones y están informadas con datos veraces sobre el desarrollo de infraestructura. Además, gracias a los encuentros, se apropian de los proyectos”. Por ejemplo, Inesita logró, en un esfuerzo conjunto, aumentar la participación local en la obra: de los diez frentes que había en julio de 2019 se generaron más de 270 empleos directos y alrededor de 550 indirectos –muchos de estos empleos fueron ocupados por habitantes de La Balsa–. Además, ella le comunica constantemente a AcceNorte sus dudas sobre los pasos peatonales para que los niños y adultos no corran peligro al intentar cruzar la calle. Según la abogada, especialista en derecho ambiental, Angélica Chautá, gracias a los cambios legislativos el concepto de socialización evolucionó a tal punto que la comunidad es, hoy, un aliado o un enemigo del proyecto. “Sin la comunidad los proyectos no tienen viabilidad. Las licencias sociales son el claro ejemplo de eso: si la comunidad está en contra, no puedes entrar y ejecutar la obra”. Lea también: Mintransporte: "Ahora garantizamos transparencia" Capacitaciones, empleos para la población local, acceso a los planos de construcción, jornadas en las que se les explica el proyecto, sus dimensiones y avances, y un canal de comunicación siempre abierto, son algunos de los logros que ha dejado la relación entre AcceNorte y las diferentes JAC involucradas en la obra. “El desarrollo es calidad de vida. Pero hay que trabajar para que no solo se priorice en los carros, sino en las personas”, recalca Inesita. Según un vocero de la ANI, “si bien existe un programa del Plan de Gestión Social Contractual (PGSC) que determina específicamente lo referente a socializaciones, estos espacios se constituyen en un ejercicio transversal a la gestión social. Por ejemplo, solo en el desarrollo de un proceso de consulta previa se hacen entre cinco y 15 reuniones previas con diferentes actores. Esto, sin contar otras acciones de relacionamiento y diálogo social”. Las socializaciones se dividen en reuniones de inicio, que se realizan tres meses antes de empezar cualquier intervención y en las que los concesionarios informan sobre los tiempos y las actividades constructivas que se van a realizar. En segundo lugar están las reuniones de avance, donde se informa sobre las actividades de obra y los resultados de los programas de gestión social y ambiental. Por último están las reuniones de finalización, en las que se presenta el estado del proyecto, sus características y los avances en gestión social y ambiental. También existe la figura de las reuniones extraordinarias, que se programan conforme la comunidad lo pida. En el caso de La Balsa, la JAC se reúne una vez al mes y allí se informa sobre los avances de la obra. Las asambleas generales se efectúan tres veces al año, pero cuando son temas de desarrollo vial, se realizan varias asambleas extraordinarias. Si Inesita Domínguez pudiera pedir un deseo, sería tener una bola de cristal para ayudar a toda su comunidad. Confiesa que el amor por la gente es su pecado más grande, “sobre todo por las mujeres: yo soy un poquito feminista”, añade entre risas. Habla con propiedad de sus calles y le molesta la manera en la que el municipio se ha transformado. El volteo de tierras, la falta de empatía hacia la comunidad y las construcciones que se convierten en ‘dormideros’, más que vivideros, son sus preocupaciones más grandes. Ella, a través del diálogo, sigue velando por los derechos de su comunidad: con más aliados y menos enemigos. *Periodista.