El fin de semana del 17 al 19 de agosto Medellín se paralizó. La doble calzada de Las Palmas tenía una cola de cientos de carros que adentro reunían niños, papás, abuelas, tíos y hasta perros. Algunos tenían sus cámaras, otros llevaban comida para el ‘viaje’. A pesar del tránsito lento, había un ambiente festivo. Toda la ciudad quería conocer el nuevo complejo del Túnel de Oriente. De repente, y desde ese fin de semana, el paseo de olla para los antioqueños dejó de ser en Charco Verde. El plan dominguero es un túnel. Pero no cualquiera: es el subterráneo excavado más largo de América Latina. Fiesta segura Cada vez que se inaugura una nueva obra vial y de transporte en Antioquia es costumbre organizar un paseo para ir a conocerla. Así pasó con la inauguración del Metro de Medellín, con el tranvía de Ayacucho, con el Metrocable y, también, con el Túnel de Occidente. Había vendedores que hacían su ‘agosto’ y personas que hacían su ‘diciembre’: parecía Navidad en el río Medellín, cuando se reúnen miles de personas a ver los alumbrados. Eso pasó con el Túnel de Oriente –pero diferente–: había filas organizadas (con carros adelante y atrás), la música se escuchaba lejos (se escondía entre cada vehículo) y nadie pisaba al otro. Es más, no se permite el tránsito de personas en moto o en bicicletas y mucho menos a pie. Desde Medellín el ingreso al complejo vial es por el túnel del Seminario, que tiene 774 metros de oscuridad. Luego llega el cielo abierto, un peaje y, otra vez, un túnel de 8,2 kilómetros: 14 minutos de tránsito a una velocidad mínima de 60 kilómetros por hora. Al final del túnel Aunque el complejo vial es sorpredente por su complejidad, por su estructura, sus túneles, su viaducto; lo interesante no sucede exclusivamente en la vía sino en las dinámicas sociales que genera. En Sajonia, un trayecto que antes duraba hasta 40 minutos, está Yuzmary Colmenares vendiendo mazorca, morcilla, chunchullo, chorizo y arepas. También están los otros vendedores –muchos– que ondean, al lado de la vía, el abanico para prender el carbón y así darles fuego a las comidas y, de paso, al hambre de los turistas del túnel. “Sigue viniendo mucha gente, aunque ya se calmó un poco, pero mire: van a ser las tres y ya no tengo casi nada qué vender”, dice Yusmary, quien vive en Marinilla. Ella cuenta que durante los primeros fines de semana, después de la apertura del Túnel de Oriente, había filas de carros en la mañana subiendo y luego, por la tarde, el trancón –o ‘taco’, como le dicen en Antioquia– era de regreso a Medellín. Le recomendamos: ¡Gigante! Así es el túnel de Oriente Y, claro, entre espera y espera siempre cae bien un chuzo de res y cerdo. Por lo menos eso pensaron Pablo Jiménez y Andrés Madrid cuando dejaron sus carros, después de practicar paintball en Llano Grande, para hacer una “parada estratégica”. Ellos viven en el sector de Belén, en Medellín, y relatan que desde que habilitaron la vía llegan en solo media hora. “Con el túnel uno ahorra tiempo y combustible. Si bien el peaje es más costoso, el gasto de todos modos es mucho menor. Y lo mejor es que queda más tiempo para estar por aquí, sin afanes, comiendo y hablando un rato”. En esto último, precisamente, está la clave del Túnel de Oriente y su imán para crear turismo: el rato (las distancias que corta) se alargan a través de las risas y el compartir entre amigos, familiares o desconocidos. El complejo, de un día para otro, creó una nueva tendencia: el paseo de túnel, donde siempre hay una luz al final. * Periodista.