Hasta hace tres años, en algunos rincones de la sede Aduanilla de Paiba de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas, ubicada en un lote de 26.000 metros cuadrados en la calle 13 con carrera 32, en la localidad de Puente Aranda, todavía persistía el olor a sangre. El lugar había caído en el olvido y estaba abandonado hasta que surgió la idea de convertir el antiguo Matadero Distrital y Plaza de Ferias en la Biblioteca Central de la universidad.Enith Mireya Zárate Peña, su directora, recuerda que entonces “se comenzó a gestionar la posibilidad de comprar este predio pensando en tener una biblioteca para la universidad, porque los espacios, aunque se han venido expandiendo, son limitados y la comunidad crece”. Hoy son 8.000 metros cuadrados construidos, incluyendo la biblioteca –bautizada en honor al profesor de ingeniería Ramón D’Luyz Nieto, fallecido en 2016–, la sede del doctorado en educación, una cafetería y oficinas administrativas.El gobierno de Álvaro Uribe Vélez había decretado que el terreno se entregaría al Colegio Mayor de Cundinamarca con el fin de ampliar el Museo Nacional, pero el destino tenía otros planes. Según cuenta Luis Alí Ortiz, bibliotecólogo e investigador, “por motivos políticos, esto se echó para atrás y finalmente la Universidad Distrital compró el matadero y la Plaza de Ferias por aproximadamente 20.000 millones de pesos”.Los trabajos y adecuaciones empezaron en 2009 y en 2014 se inauguró la nueva biblioteca. El edificio principal, de tres niveles, conserva en su interior elementos arquitectónicos originales, pues en 2001 fue declarado inmueble de interés cultural. En la hemeroteca, por ejemplo, hasta hace poco se percibía el olor a sangre que durante años impregnó los ladrillos de la construcción, y las estructuras del techo, traídas durante la revolución del acero en Estados Unidos.
Foto: Julián GalánHoy tan solo ese espacio alberga 15.000 ejemplares y la biblioteca tiene capacidad para cerca de 30.000 libros. Actualmente cuenta con una colección de 9.000 títulos. La sede también acoge un centro cultural con dos auditorios para 110 y 100 personas. La gestora cultural, Lina María Surh, explica que “aquí se hacen conciertos sinfónicos y actividades culturales con entrada libre, visitas guiadas contando la historia del antiguo Matadero Distrital e inauguramos recientemente una exposición de seguridad alimentaria que tuvo el acompañamiento del Programa Mundial de Alimentos de las Onu y la Comisión Europea”.Histórico y multifacéticoLa sede Aduanilla de Paiba de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas es un capítulo más en la historia del antiguo Matadero Distrital, un multifacético lugar del occidente de Bogotá cuya construcción fue sinónimo de modernidad e industrialización. La obra se financió con un empréstito por 10 millones de pesos; su planificación comenzó en 1918 con la compra de los terrenos y la construcción se realizó entre 1926 y 1929.“Con el tiempo, la ciudad tuvo una explosión demográfica y creció de una forma que no se había previsto. El matadero ya no era tan funcional por dos cosas: se empezaron a abrir mataderos a las afueras, y logísticamente tuvo problemas de seguridad y movilidad”, cuenta Ortiz.Debido a fallas en sus procesos de higiene, la Secretaría de Salud lo cerró por primera vez en 1978. En 1982 entró de nuevo en funcionamiento, pero una vez más se encontraron deficiencias en las inspecciones y fue cerrado definitivamente a principios de los noventa. Pronto se convirtió en basurero, en estacionamiento de buses intermunicipales, recibió a más de 1.000 habitantes de El Cartucho y hasta fue sede de un torneo de paintball que llevó el nombre de ‘Desafío El Matadero’. Surgieron diferentes propuestas para recuperarlo: viviendas, un parque industrial y un centro comercial para los vendedores ambulantes de San Victorino.
Foto: Cortesía Biblioteca DistritalDesde que se inauguró hace tres años, “la biblioteca empezó a funcionar como un lugar de resignificación. Un punto olvidado de la ciudad pasó a ser un eje cultural, que quiere impactar a la comunidad y al sector”, puntualiza Ortiz. En esta transformación se invirtieron unos 35.000 millones de pesos. Ahora el reto es lograr que los estudiantes de la universidad y los ciudadanos se apropien y aprovechen este lugar, donde el olor a sangre por fin ha desaparecido.*Periodista.