¡Por fin! Después de décadas de anuncios, análisis y diagnósticos, el río Bogotá tiene una esperanza seria de volver a la vida. Si los planes se ejecutan como están planeados, en unos 50 años se convertiría en el principal eje articulador de la mayor ciudad del país, como ocurre con grandes metrópolis europeas.Mientras eso ocurre, el río Bogotá –nuestro río– mantiene su condición histórica de cadáver insepulto. Es la cloaca más grande del país. Más de 8 millones de bogotanos contribuimos todos los días a empeorar su situación con el manejo displicente de los residuos sólidos. Los habitantes de esta gran metrópoli no hemos desarrollado un sentido de protección hacia el río, quizá porque a pesar de que lleva el mismo nombre de la ciudad sus aguas corren por fuera del casco urbano, entre barriadas cuyos habitantes viven en precarias condiciones de empleo, transporte y seguridad. Al río solo lo vemos por televisión y sentimos sus olores fétidos de paso para Melgar o Mesitas del Colegio.En las últimas semanas he escuchado y leído con atención acerca del proyecto para descontaminar el río. Y debo decir que me seduce, como seguramente entusiasma a los demás habitantes de la ciudad. Me seduce porque lo siento como un proyecto conjunto de los entes responsables de velar por la calidad de vida de quienes habitan, no solo en Bogotá, sino en las zonas de Cundinamarca donde tiene influencia esta cuenca hídrica.Resucitar el río de los bogotanos no debe ser una bandera política porque, en ese caso, tan loable propósito quedaría expuesto a los designios y caprichos de los siguientes gobernantes. Decenas de obras destinadas al bien común fracasan porque un nuevo gobernante dedica buena parte de sus esfuerzos a borrar las huellas de su antecesor.Desde esa perspectiva, descontaminar el río debe ser un propósito común de toda la ciudad. El río es un bien colectivo, como lo es su recuperación y, por lo tanto, quienes habitamos en esta urbe debemos ser veedores del proyecto. Están en juego 4,5 billones de pesos de recursos públicos que deben cumplir con el objetivo para el cual fueron destinados por la Alcaldía de Bogotá, la Gobernación de Cundinamarca y la CAR.En ese sentido, es necesario ayudar a fortalecer las campañas para el manejo de las 7.000 toneladas diarias de desechos que producimos los bogotanos. Hay que erradicar el deplorable espectáculo de ver colchones, llantas, animales muertos y otros desperdicios flotando en el río Bogotá. La pedagogía a su alrededor debería formar parte de los programas escolares en el Distrito y, con mayor razón, si se piensa en construir una inmensa ciudadela, que ayude a fomentar el empleo y favorezca la movilidad de sus habitantes.*Premio nacional en la lucha contra la pobreza.