¿Cuántos baúles de esmeraldas iban a bordo del galeón San José? Esa pregunta aún no tiene respuesta. Lo cierto es que las 6.000 esmeraldas hasta hoy recuperadas del galeón Nuestra Señora de Atocha, por ejemplo, hundido en 1622 cerca del Cayo de Matacumbe en la Florida, eran de contrabando. Un tripulante que sobrevivió, enjuiciado en corte marcial, declaró que le ayudó al almirante Pedro de Pasquier a introducir ilegalmente un baúl con 30 kilos de estas gemas de Muzo (Boyacá).Por eso la recuperación arqueológica de la carga del galeón San José esclarecerá muchas dudas históricas relacionadas tanto con las minas de esmeralda, como con el tráfico de los caudales en la Carrera de Indias (comercio de España con sus colonias) a bordo de las flotas de galeones.El tráfico ilícito era la característica dominante de la feria de Portobelo, en Panamá, con el permiso tácito del Consejo de Indias y de la Casa de Contratación en Sevilla. Pero la magnitud nunca se ha podido determinar con exactitud y el San José nos aclarará muchos detalles. Un escandaloso caso de corrupción en la Flota de Tierra Firme, que zarpó de Portobelo a Sevilla en 1624, fue expuesto por un funcionario de la época, en el que solo se habían registrado 1.385.297 pesos cuando en realidad llevaba 9.340.422 pesos. Es decir: se reportó ese año el 14 por ciento de la carga (Vila Vilar, La Feria de Portobelo).Así se clasificabanEn la época colonial, las esmeraldas se clasificaban en cuatro categorías. Estaban las mejores, que coloquialmente se llaman hoy ‘gota de aceite’ y que antes se denominaban ‘piedra de cuenta’ o ‘primera suerte’. Todas debían pagarle a la Corona un impuesto del 20 por ciento o el ‘quinto real’ en especie, pero no las ‘de cuenta’, que por ser excepcionales se remataban. Sin embargo, estas piedras casi nunca eran declaradas, como se desprende de los archivos coloniales de Tunja y Sevilla.Las esmeraldas de ‘segunda suerte’ también tenían alto valor y excelente condición, de un verde profundo transparente con pocas inclusiones o ‘jardines’; y las de ‘tercera suerte’, que constituían la gran mayoría, eran gemas comerciales de mediana calidad. A las ‘peores’, conocidas ahora como morrallas, antes se les decía ‘plasmas’.Un dato curioso es que entre 1595 y 1709 solo menos del 4 por ciento de las esmeraldas registradas fueron de ‘primera suerte’, el 21 por ciento de ‘segunda suerte’ y el 75 por ciento de tercera, cifras representativas de la producción actual en las minas de Muzo.Herramienta de lujoActualmente es posible determinar en Colombia con exactitud el origen geográfico de una esmeralda. No solo podemos distinguir las de Zambia, Rusia, Brasil y Afganistán de las de Muzo, Coscuez, Chivor, Peñas Blancas y La Pita, sino diferenciar las provenientes de distintas zonas de la misma mina, gracias a la huella digital espectral y equipos de espectroscopia FTIR infrarroja y ultravioleta-visible.Esta tecnología, con la que cuenta el Centro de Desarrollo Tecnológico de la Esmeralda (CDTEC) en Bogotá, nos permitió descubrir, con la colaboración de un laboratorio francés y otro suizo, un fraude orquestado por unos estafadores que intentaban hacer pasar baúles repletos de esmeraldas ‘modernas’ (36 kilos) por esmeraldas provenientes de un naufragio colonial de un galeón en los Cayos de la Florida.Cuando se recupere el tesoro del San José sabremos el volumen de esmeraldas de contrabando que iba a bordo. También si eran todas de la mina de Muzo, lo más probable, o de la de Coscuez, pues no hay certeza de si para 1708 se habían reanudado allí las labores extractivas. La razón es que un terremoto el 3 de abril de 1646 devastó la zona, y un derrumbe en las minas, dos meses después, probablemente relacionado con el debilitamiento de la tierra causado por las excavaciones y el sismo, enterró a 300 mineros. Parece que el lugar quedó clausurado por casi 200 años, y en 1850 aparecieron los restos de los trabajadores en una clavada taponada, según narra Rafael Domínguez en su Historia de las esmeraldas de Colombia.Las únicas esmeraldas, aunque no en bruto sino engastadas, que he podido determinar que sí aparecen registradas a bordo del San José (AGI Consulados 514), son “gran número de alhajas con esmeraldas y diamantes por intereses de la quiebra de Cristóbal de Barabarrena”.*Ingeniero de minas e investigador náutico.