Cuando en 1890 se descubrió la riqueza mineral de Yukón, este rincón olvidado y más bien solitario en el norte de Canadá, comenzó a llenarse de curiosos. La fiebre del oro parecía acabar con su anonimato.Más grande que el estado de California, pero con solo unos 37.000 habitantes, esta enorme cuña encajada entre Alaska y Canadá, que empieza en la costa norte y se extiende por todo el oeste hacia el sur del país, bañada por el mar de Beaufort, es además de un territorio donde brota el oro, el zinc y el cobre, entre otros minerales, un paraíso de vida salvaje.Aislado por algunos de los picos y glaciares más altos del país, lo habitan animales y ecosistemas que se mantienen prácticamente intactos. En la costa oeste de Canadá, sin embargo, no es el único escenario para perderse entre las maravillas de la naturaleza.La aventura arranca en Calgary, la cuarta ciudad con el área metropolitana más grande del país, famosa por su espíritu vaquero y una economía basada en la industria petrolera. El Parque Nacional de Banff, el más antiguo de Canadá, es la siguiente parada. Sorprende con sus paisajes rocosos, bosques, cascadas y glaciares que se pueden apreciar recorriendo una inmensa red de senderos.Tiene más de 25 picos que superan los 3.000 metros de altura. Alces, zorros y osos pardos y grises se pasean con tranquilidad. Rafting, pesca de truchas y paseos en helicóptero complementan la oferta de actividades.Vale la pena regalarse tiempo para contemplar uno de los lagos más famosos de Canadá, el Lago Moraine, un bellísimo espejo de agua que se convirtió en la imagen de los billetes de 20 dólares canadienses.Después aparece el Lago Louise, desde donde se observa el Glaciar Victoria, uno de los más increíbles del mundo. Hacia la zona de la Montaña Castillo, que se precia de ser un concurrido sector de Banff, se esconden los glaciares de Pata de cuervo y en verano, brotan los lagos Bow y Peyto.La aventura continúa en el Parque Nacional de Jasper, que forma parte del Parque de las Montañas Rocosas, Patrimonio de la Humanidad desde 1984. En bus es posible llegar hasta el Campo de Hielo de Columbia, considerado el más grande al sur del Círculo Polar Ártico.La invitación es a recorrerlo a bordo de Ice Explorer, un conjunto de vehículos capaces de llegar a todos los rincones del parque sin importar la estación del año. Vale la pena pasar por el estrecho de Georgia hasta la isla de Vancouver, un trayecto en el que con algo de suerte es posible encontrarse con ballenas.En este emocionante recorrido no hay que dejar por fuera del itinerario el Parque Nacional Pacific Rim. Una reserva de vida silvestre de 130 kilómetros, poblada de frondosos bosques, playas y en la que con frecuencia se observan familias de águilas surcando los cielos.Al sur de este oasis se encuentra un sendero de 75 kilómetros, diseñado para el disfrute de los viajeros de espíritu más aguerrido. En el centro de la reserva llama la atención un conjunto de islas e islotes que se conoce como Broken Group. Y al norte están las encantadoras playas de arena blanca y fina de Long Beach, 11 kilómetros para relajarse y caminar a la orilla del mar, y en las que las olas suelen levantarse varios metros atrayendo a surfistas de todas partes.Para finalizar esta travesía por el oeste canadiense, una región maravillosa pero aún desconocida por muchos turistas que prefieren visitar los destinos tradicionales del este, qué mejor que recorrer las montañas rocosas hasta Vancouver a bordo de un tren con techo de cristal, que permite contemplar la inmensidad de un paisaje en el que el hombre todavía es espectador.Aunque la mayoría de turistas son locales –durante los primeros nueve meses del año pasado dejaron 57.700 millones de dólares–, cada vez son más los extranjeros, en su mayoría estadounidenses, que se animan a explorar el segundo país más grande del mundo. Un territorio de más de 35 millones de habitantes, que cautiva con una mezcla perfecta de modernidad y la libertad que emana de la naturaleza y su vida silvestre.Aventura polarLa tierra que nunca se derrite. Esa es la traducción de Auyuittuq, el nombre con el que fue bautizado un inmenso y helado parque en la isla de Baffin, hogar de osos polares y montañas cubiertas de blanco. Un pedacito del Ártico en el que habitan los inuit o pueblos esquimales de estas frías regiones del continente americano. Sus tallas, estampados y tejidos cautivan a los viajeros; así como los picos irregulares e inmensos acantilados que seducen a senderistas, alpinistas y esquiadores. Un rincón al norte del planeta que vale la pena conocer.