Dejemos las cosas claras desde el comienzo: el kung-fu es mucho más que una combinación de puños y patadas. Incluso, etimológicamente hablando, el término se refiere a cualquier habilidad conseguida tras un esfuerzo, sea cocinar, escribir o dominar el cuerpo. Sin embargo, la cultura pop –sobre todo el cine, desde las películas de Bruce Lee, Gordon Liu y Jackie Chan hasta Wong Kar Wai, e incluso la saga Kung Fu Panda– se encargó de posicionar este término en Occidente como una de las prácticas físicas más arraigadas en la cultura china, madre de cientos de artes marciales que surgieron en países vecinos, y referente definitivo para entender a una de las sociedades más antiguas del mundo. No es errado pensar en el kung-fu (y sus más de 400 estilos diferentes) como un arte de combate cuerpo a cuerpo. Pero para quienes lo practican y enseñan en su plena dimensión es un estilo y una filosofía de vida. “El kung-fu es tener el presente y pasado de China al tiempo. Da habilidad física y si tienes eso, tienes muy buena salud. Es un arte, es ver lo que la gente no ve y escuchar lo que la gente no escucha. Es defensa en situaciones de riesgo. La filosofía del kung-fu es ser correctos y honestos consigo mismos y los demás, es ayudar a la gente, pero primero desarrollándose como persona”, explica el shifu (maestro de kung-fu) colombiano Pablo Martínez Goyeneche, quien también ha sido campeón mundial en el manejo de las armas tradicionales. Martínez conoció el kung-fu en 2000 en Brasilia a través de un linaje de maestros que aprendieron del maestro Chan Kwok Kai –quinto Tigre del Norte y quien llegó a Brasil en 1960–, continuó con Nereu Grabalhos, y llegó a Valmir Oliveira, su maestro directo. En 2012 complementó sus estudios en China donde se vinculó al Círculo de Maestros de la ciudad de Pekín, y aprendió el uso de las armas. Todo este recorrido le mostró que desde el proceso de enseñanza también hay lecciones: “El maestro está para servir a la gente, para ayudar con sus habilidades en cualquier situación. Te enseña lo que eres y te ve como un hijo o un miembro de su familia”. Vea también: Consejos chinos para mantener en equilibrio nuestras energías. El origen de una de las ramas del kung-fu, que data del año 500 d.C. en el Monasterio de Shaolin, también demuestra la profundidad de la práctica, pues estuvo marcada por un cruce entre enseñanzas del monje budista indio Bodhidharma y una serie de ejercicios meditativos que se convirtieron en técnicas de lucha. “Es paradójico porque quien la desarrolla son los monjes budistas shaolines, que van en contra de cualquier acto violento, pero tenían que defenderse de los que querían acabarlos. El arte no tiene que ver con la violencia. La fuerza medida es otra cosa, se entrena y se puede utilizar”, explica Martínez. Gracias a la Ruta de la Seda, la práctica se difundió a través de todo el imperio e incluso tuvo sus réplicas en otros países, como el taekwondo y el aikido en Corea, o el karate en Japón. El kung fu, junto al wushu moderno (una disciplina más armoniosa y con menos movimientos de guerra), se consideran artes marciales externas; por su parte el tai chi, el pa kua, y el xingyi son artes marciales internas que mueven la energía del cuerpo y sus órganos. Traído a términos del presente, el kung- fu es un camino para tener una mejor salud y una resistencia a la velocidad del tiempo moderno. Según Martínez, “una de las cosas más maravillosas que el kung-fu aporta es el poder de ver a la persona como es realmente. Hoy ya no vemos, estamos pendientes de aparatos electrónicos, pero no de las personas que están a nuestro alrededor”. El kung-fu, concluye, “da herramientas para manejar el estrés y la impaciencia. La humanidad que hemos perdido, el kung-fu nos la devuelve”. *Periodista.