El río Buritaca es otra de las tantas corrientes que nacen en la Sierra Nevada y desembocan en el mar. De poco caudal, se presta para un viaje a bordo de esos grandes flotadores negros a los que llaman boyas, en los que se recorre el paisaje mientras el agua deja de ser jurisdicción fluvial y pasa a zona marítima, actividad conocida como tubbing. El agua dulce se torna salada, todo se transforma.Sí, todo cambia en este río del que Baudilio Valencia se encuentra a pocos metros, relatando su historia: “Soy reinsertado a la vida civil, como dicen, me desmovilicé en 2006”. En el ambiente, el sonido de aves y cigarras se funde con canciones de The XX y de Klaxons, que vienen de la cabaña que sirve como recepción y cafetería en el hostal El Río.Hace un rato, Valencia guió a una decena de huéspedes procedentes de Estados Unidos y Europa, durante un recorrido a bordo de boyas, para el que hay que caminar en dirección al nacimiento del río antes de arrojarse sobre el flotador y dejarse llevar por la corriente hasta una pequeña playa ubicada justo a la altura del hostal.Valencia integró las autodefensas tres años y medio. Ahora forma parte de la cooperativa Tours y Senderos Buritaca. Su oficina está en el kilómetro 49 de la Troncal del Caribe. Desde allí, él y los otros cinco socios esperan a quienes quieran dejarse llevar por ellos, en sus motocicletas, hasta donde empieza el recorrido fluvial.Javier Sanguino también es miembro de la cooperativa e igualmente fue integrante de las autodefensas por cinco años. Ahora porta un uniforme azul rey, sin intenciones de camuflarse. “Perdí mi juventud”, reconoce mientras se une a la conversación, a la sombra de una palmera. “La Agencia Colombiana para la Reintegración (ACR) nos ofreció la posibilidad de un cambio, de olvidar ese pasado que tuvimos y ahora nos enfocamos en trabajar por el turismo”.Antes de convertirse en emprendedores, ambos pasaron por un proceso en el que finalizaron el bachillerato e hicieron un curso técnico en Santa Marta, todo gratis. Así mismo, recibieron terapia psicosocial. “Nos enviaban personal psicológico para dejar esa vida que estaba atrás e integrarnos más a la comunidad”, dice Valencia. “Nos estuvieron apoyando, siempre y cuando cumpliéramos con ellos también”.En la cooperativa, solo ellos pertenecieron a ese grupo armado ilegal, mientras otros tres, paradójicamente, en algunos momentos de sus vidas fueron desplazados por la violencia, como Édinson Sanguino y Deivis Barbosa, desterrados de Santander, y Daney Saldaña, procedente de Cundinamarca.Junto con Wilson López, el sexto socio, reconocen a Buritaca como el lugar al que pertenecen. “Toda la vida hemos compartido la región y, sí, somos amigos, familia; en realidad nunca hemos sido enemigos”, explica Édinson, secretario de la cooperativa. Y concluye: “En el transcurso de nuestras vidas tomamos diferentes caminos; cada quien lo quiso así”.El rumor del río se escucha entre la variedad de sonidos de aves, insectos, música, la emoción de estos seis hombres al narrar sus historias y el grito en inglés de algún huésped que pasa por ahí.No fue fácil el comienzo. Las ofertas laborales en la región se reducían a las jornadas en las bananeras y, como uno de ellos afirma, “de ahí no ha salido alguien con plata”. Así que el turismo se convirtió en la oportunidad de rehacer, no solo sus vidas, sino también a Buritaca.El mismo lugar que muchos evitaban por ser “caliente”, en una escala que no medía temperatura sino violencia, es ahora una extensión de ese atractivo de las playas del Magdalena que va a lo largo de la sierra.Además de su labor como guías, estos trabajadores de la paz y del turismo también forman parte de la Junta de Acción Comunal de Buritaca, a través de la cual hicieron una cancha de microfútbol y organizaron tres torneos deportivos. “A uno lo escoge el pueblo”, dice con orgullo uno de ellos. Y el río sigue fluyendo.*Coordinador Editorial de Especiales Regionales de Revista SEMANA.