Por Luisa Fernanda Gómez*Millones de años atrás, en el territorio donde hoy se encuentra Bogotá, existía una gran laguna acunada por los cerros orientales y occidentales, pero los cambios naturales del clima la secaron hasta convertirla en una planicie húmeda. Cuando los españoles llegaron a fundar Santafé, este mismo territorio constaba de 50.000 hectáreas de humedales, conectados con cientos de afluentes que desembocaban en el río Bogotá: el eje central de la sabana.En el siglo XX, durante la época de La Violencia y hasta mediados de los años ochenta, llegaron grandes migraciones que provocaron que Bogotá comenzara a crecer de forma desbordada. El suelo quedó muy afectado. La deforestación, el desvío y canalización de las fuentes hídricas, y el vertimiento de material terminaron por secar la tierra. Además, grandes avenidas atravesaron y acorralaron a cientos de humedales hasta dejarlos reducidos en su conjunto a solo 800 hectáreas. Esto representa poco más del 1 por ciento de lo que había antes.Al inicio de los años noventa, la conservación de los humedales comenzó a ocupar un lugar importante en la agenda pública del Distrito. En 2006 la ciudad publicó la Política Distrital de Humedales que reconoció la existencia de 12 de ellos (tres más se integraron después) y los definió como “ecosistemas de gran valor natural y cultural, constituidos por un cuerpo de agua de escasa profundidad”.Puede leer: Las amenazas a la subsistencia de los humedales de BogotáLos humedales almacenan agua superficial y subterránea. Reciben el líquido de la lluvia, los ríos y las montañas; y están conectados hidrológicamente entre sí para mantener el agua en el subsuelo. Cumplen funciones como controlar las inundaciones, retener contaminantes naturales y servir de salacunas para las especies que llegan por temporadas a reproducirse y tener sus crías. Son los pulmones y riñones del planeta. Y por eso tienen la capacidad de albergar una gran variedad de flora y fauna.En este momento, los humedales de la capital no tienen peces, aunque reciben algunas aves migratorias y conservan especies de mamíferos endémicas. Las aguas que los alimentan provienen del alcantarillado pluvial y de uso urbano. En Bogotá, cada día, se ven las consecuencias de haber afectado estos ecosistemas.No solo la extinción de especies, sino las tragedias por inundaciones y el desabastecimiento de agua. Además, en la tierra que antes fue humedal, el subsuelo se hace más susceptible a los movimientos telúricos y a hundimientos. Por eso el Distrito está lleno de huecos y en algún momento comenzará a enterrarse, como Ciudad de México, que cada año se hunde diez centímetros.Un corredor ecológicoAl norte de la capital, la autopista dividió un gran humedal en dos: Torca y Guaymaral. El primero en la localidad de Usaquén; y el segundo, en la de Suba. Sus límites no resultan claros porque esas tierras, como la mayor parte de la sabana, pertenecen a particulares.Aunque desde 2004 los dos humedales forman parte del Sistema de Áreas Protegidas, su situación no es muy positiva, pues sufren de los mismos males que el resto y las amenazas de quienes buscan construir sobre ellos. Esas obras serían desastrosas porque, como recuerdan varios biólogos expertos, este territorio es un tesoro ecológico que debe conservarse.El humedal de Torca se ubica muy cerca del cerro del mismo nombre, único sector entre los 35 kilómetros de longitud de los cerros orientales donde es posible encontrar bosques nativos y mamíferos exclusivos de esa zona, como tigrillos y zorros. Pero además, es la región más próxima en la que se juntan los cerros orientales y los occidentales por donde pasa el río Bogotá.En contexto: Humedales de Bogotá convertidos en botaderos de cadáveresPara Byron Calvachi, biólogo y consultor ambiental, “si queremos subsistir como especie tenemos que proteger la naturaleza y generar un equilibrio”. Esto sería posible al aprovechar los beneficios geológicos de Torca y Guaymaral para diseñar un corredor ambiental. Pero hay que hacerlo cuanto antes. Al detener los agentes de afectación de estos ecosistemas e intervenir la flora y el agua, la fauna se repoblaría y hasta el río Bogotá resultaría beneficiado.Más de 8 millones de personas habitan la capital y la población seguirá creciendo. Al Estado y a todos les corresponde velar por la conservación y la protección de los humedales, que son un bien común. Hay que hacerlo de manera adecuada y aprender de los errores pasados para no repetirlos.*Periodista de Especiales Regionales de SEMANA.