El escenario parece un ring de boxeo. Se encuentra en Corferias, dentro del pabellón de Macondo, y al que solo se puede llegar después de atravesar un oscuro pasadizo con pantallas que emiten la lectura del primer capítulo de Cien años de soledad. Entonces se llega al ring. O, para ser precisos: a la gallera, donde durante los próximos catorce días se celebrarán conversaciones en torno a la vida y obra de Gabriel García Márquez. La temática de las charlas será ecléctica: desde la ciudades que lo marcaron hasta como traducir su obra. El diálogo que inicia al homenaje se titula Gabo y la crónica. La gallera está llena, al punto que hay gente sentada en el piso. Hay, también, un aire de expectativa. Por eso aminoran las voces cuando aparecen los protagonistas. Así, iluminados por una especie de candelabro de neón, y surcados por el pequeño estadio de madera, los cronistas Alberto Salcedo Ramos y Leila Guerriero se sientan en medio del ring. Son recibidos con aplausos. La periodista Maryluz Vallejo, mediadora del evento, los introduce como “los dos gallos finos de crónica”, antes de hacer un breve repaso por las tres etapas periodísticas de García Márquez: sus primeros años como reportero en El Heraldo de Barranquilla y El Universal de Cartagena, ciudades en las que acabó tras vivir a primera mano la violencia del Bogotazo; su época en El Espectador, donde se convirtió en un cronista de largo aliento, además de sus años como corresponsal de ese diario en París; y finalmente su consolidación como columnista en varios medios de comunicación durante la década de los ochenta.  

Para Guerriero, la primera etapa del cataquero es la más memorable: “cuando uno repasa ese momento de García Márquez, se da cuenta de que él vivió en una época en la que había que inventarse las formas de hacer las cosas. En su columna de ese entonces lo más fuerte era la mirada. Casaba el contenido con la forma. Era joven y no había llegado al periodismo como se hace hoy en día. Era un periodista silvestre, sin experiencia, y se inventó una manera de contar. Tal desparpajo que usaba, además del humor, se me hace impresionante”. “En esa primera época hay cierta insolencia y despreocupación en sus textos. Se nota que fueron escritos en un lugar donde no había balas ni una fuerza opresiva. En sus memorias, García Márquez asegura que desde el Caribe se percibía al interior del país, y sobre todo a Bogotá, como la fuente de las malas noticias y del poder. El Caribe, en ese sentido, es más de Eros que de Tánatos. Y de esa época también se percibe su gusto por la cultura popular y la oralidad, pues cuando tu lees a Gabo también lo escuchas, es una prosa llena de música– afirma Salcedo, quien sin embargo no considera esa la mejor etapa periodística del cataquero–: para mi es su trabajo en los ochenta, cuando es aforístico, con un humor lúdico, y que le interesa más seducir que contar”. Durante la charla, el autor de La eterna parranda trajo a colación la crónica que escribió sobre Aracataca en 2012 para la revista SoHo. “La idea era hacer un recorrido por el universo real que inspiró el universo ficticio de Gabo. Lo que más me impresionó fue ver que Gabo impuso códigos de la literatura en la realidad. Por ejemplo, si bien la gallera no es un lugar muy macondiano, cada vez que se menciona se piensa en Gabo. También en Cien años de soledad aparece que la masacre de las bananeras dejó tres mil muertos, y hace poco el gobierno conmemoró ese número de víctimas. Se ve como los códigos narrativos pasaron a la realidad”, aseguró Salcedo, quien además recordó que muchos costeños consideran a la literatura redundante, pues la ven como una copia de lo que se cuenta oralmente. El cronista hizo entonces un llamado a la lectura de la obra del nobel, pues considera que no hay nada peor que celebrar a un autor que no se lee. Guerriero aprovechó la oportunidad para rememorar su primer acercamiento a García Márquez y, también, para elogiar que el cataquero haya fundado la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano. “Mi relación con él, si bien nunca lo conocí, empezó cuando yo tenía 8 o 9 años pues mi papá me leía antes de dormir obras como El general en su laberinto o Crónica de una muerte anunciada. Me cambió muchas cosas, pues yo no sabía, por ejemplo, que un libro podría acabar con una mala palabra. También siempre sentí que se trataba de un autor asequible, que no estaba en un pedestal como Thomas Mann o William Faulkner. Pienso, además, que al haber escogido crear una beca al periodismo cuando pudo haber escogido tantas otras, es como si nos estuviera diciendo que ese es el camino, el de la crónica”. Ya hacia el final, Salcedo Ramos recordó que García Márquez fue ante todo un periodista y que reportió extensamente cada una de sus obras. “Hay sociólogos o antropólogos que uno puede llamar y le afirman que en su momento Gabo les envió el manuscrito de uno de sus novelas solo para comprobar la veracidad de uno de sus aspectos. Crónica de una muerte anunciada contó con 45 fuentes”, dijo el cronista, quien concluyó la velada con la lectura de unos extractos del cataquero y con unas frases célebres que solía decir el nobel a la hora de enseñar  periodismo:  “Una cosa es una historia larga, y otra, una historia alargada”. “Es más facil atrapar a un conejo que a un lector”. “Cuando uno se aburre escribiendo el lector se aburre leyendo”.