En 1990, Rodrigo D. No futuro recogía los sonidos punk de Mutantex mientras su protagonista deambulaba por una Medellín que supuraba violencia. Más que un personaje, Rodrigo era el seudónimo de Ramiro Meneses, vocalista y baterista de la banda que inmortalizó el primer largometraje de Víctor Gaviria. El mismo “pelado” que a los 18 años se prestó al cuento del cine a condición de ser él mismo. Con su música, su pinta, su punk.
A los otros muchachos de Rodrigo D, jóvenes de las comunas, Gaviria también los retrató tal cual eran. La película reveló con crudeza la forma cómo vivían y sobrevivían. La gran mayoría de esos “actores naturales” murieron antes del estreno. Ramiro/Rodrigo, no. Él y unos cuantos se salvaron por la música o el cine.
Esa era la realidad de Rodrigo D. A finales de los ochenta en Medellín, aquellos que no deseaban gatillar para sobrevivir se abocaban a golpear tarros y ollas de cocina, desgarrando su clamor en parlache, español o pseudoinglés para sublimar de alguna manera la pulsión de muerte que los acompañaba. En ese entonces “los punketos” también eran despreciados, marginados y perseguidos. Sin embargo, ellos encarnaron la oscuridad que elegía la vida. En ese momento el punk fue, literalmente, una alternativa sobre la muerte.
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Un cuarto de siglo después aparece Los Nadie, una película que vuelve sobre Medellín con otros ojos y nuevas voces. No es la misma ciudad, si bien sus problemáticas siguen enquistadas y más empujadas hacia la periferia. Allá es donde se encuentran la violencia, la fractura y el punk.
Los Nadie son La Rata, el Mechas, La Mona, el Pipa y Manu, jóvenes que habitan una ciudad monocromática. Ellos coinciden en diferentes espacios, siempre públicos, pues todos –aunque sus historias no sean develadas del todo– parecen tener razones para escapar de sus casas. Algo los empuja lejos de sus hogares, de su pasado, de algún dolor.
La intemperie parece abrigarlos. Se la pasan en calles, plazas, semáforos y aunque merodean el centro y otras partes de la ciudad, siempre vuelven a la periferia, ese límite de la ciudad donde las reglas son muy claras y todos saben a qué atenerse. Estos muchachos quieren dedicarse a jugar sin molestar a nadie, vivir de hacer malabares, trucos y piruetas en la calle mientras planean un viaje lejano. El destino no es claro, pero entre todos parecen reunir el valor suficiente para dejar esa ciudad que no tiene nada más para ofrecer.
Al conversar con Juan Sebastián Mesa sobre su ópera prima, queda claro que no es un director atraído por realidades ajenas o exóticas. Al contrario, sus intenciones y búsquedas estéticas están ligadas a una experiencia personal que hace de su película el retrato de una nueva generación.
Juan Sebastián Mesa
“Más o menos en 2010, cuando todavía estudiaba en la Universidad de Antioquia, había un muerto todos los días en cada esquina y no se podía andar en moto porque la policía te detenía constantemente. Vivíamos como en una ciudad en blanco y negro, sin ningún sentido. Y fue ahí cuando decidí largarme con un amigo y viajar. Estuvimos cuatro meses bajando por Suramérica hasta llegar a Chile y Argentina y luego regresamos. Así conocí esta gente joven que se mueve de país en país sobreviviendo gracias al circo, a los malabares, al arte callejero. Volver fue un choque tan tremendo que me senté a escribir Los Nadie…”.
La película comenzó como un cortometraje ganador de un estímulo del FDC, pero Juan Sebastián sentía que sus personajes daban para más, así que los instó a seguir jugando, improvisando, relacionándose más con la cámara hasta entender que actuar no era aprender un libreto de memoria. Durante esos ensayos, él escribía, los observaba e imaginaba historias para cada uno de ellos, a partir de sus realidades. De ese nuevo ejercicio de escritura nació el guión del largometraje.
Según Mesa, Los Nadie revela otras caras de la ciudad: “Medellín ha institucionalizado una idea de ser la más innovadora, la más educada. No es por demeritar los avances evidentes de la ciudad, pero tampoco pueden desconocerse las problemáticas que persisten. Para el rodaje, por ejemplo, debíamos llegar a ciertos sectores con otro tipo de permiso, porque la seguridad la brindan los grupos al margen de la ley, jamás la policía. Así y todo, en una ocasión tuvimos que enfrentarnos a un tipo de las Convivir para que nos permitiera pintar una pared para el rodaje… Esa es Medellín, una ciudad fragmentada por muchos factores que no han desaparecido solo porque hay más gente disfrutando del turismo”.
Una vez más, una película sobre esta ciudad convulsionada vuelve a retumbar con los chillidos estridentes y las latas crispadas del punk. Los personajes de Los Nadie, al igual que los muchachos de Rodrigo D, encuentran en esta contracultura una forma de habitar Medellín.
Sin embargo, es un punk muy diferente, como apunta Juan Sebastian, “que ya no le pide a los suyos matarse ante la desazón, como lo hacían los Mutantex de Rodrigo D. El de hoy es un mensaje más propositivo que exige coherencia entre lo que se dice, se hace y se piensa. Y todo eso converge en una ideología asumida de por vida. Yo pertenecí a una banda de punk y hablo desde mi experiencia personal con una cultura de gente que forma familia. El punk que conocí tiene que ver con la camaradería, la sensibilidad y hasta con algo de ternura. Ya no es solamente anarquía, golpes y tatuajes… es algo más espiritual.”
Los Nadie es una película sobre nada. Esa nada adolescente: el tiempo compartido, las charlas sin sentido, los sueños que discurren. Es una película sobre un viaje que se insinúa, sobre vínculos frágiles, sobre amores que no terminan de resolverse en una ciudad que ejerce muchas formas de violencia, a veces incluso, una espiritual.