Para entender los actuales procesos económicos de Francia es preciso conocer su contexto, marcado por la incertidumbre en la política y la economía mundiales. La caída del muro de Berlín generó en la dirigencia de los países capitalistas una sensación de alivio y llegó a vaticinar el fin de las grandes guerras y un periodo de prosperidad sostenida. No obstante, los años posteriores se alejan de ese pronóstico alentador. Los gobiernos de Rusia, China y Estados Unidos, en su disputa por la supremacía mundial, se han embarcado en agresivas campañas nacionalistas que desconocen los valores éticos esenciales, y las formas que siglos de diplomacia internacional forjaron para facilitar las relaciones entre los Estados. La expansión de las TIC (Tecnologías de la Información y la Comunicación) ha promovido no solo intercambios constructivos entre las naciones, sino nuevas modalidades de espionaje e intervención en asuntos internos de terceros países. La situación geopolítica mundial recuerda entonces aquellas épocas que desembocaron en cataclismos para la humanidad. A esto se suman dos fenómenos que sin ser nuevos solo ahora están revelando su alcance real: el deterioro ambiental, especialmente el calentamiento global, que ha puesto en vilo la sustentabilidad del planeta, ante la inacción de los dirigentes mundiales; y los desplazamientos masivos de migrantes arrojados de sus países por la miseria y la violencia, y rechazados en los lugares de destino a falta de directrices que enfrenten globalmente el problema. Es indudable que estos procesos han oscurecido el panorama económico en los países del hemisferio occidental, cuyo crecimiento desde la crisis de 2008 no ha recuperado un ritmo estable y cuyas proyecciones de corto plazo muestran de nuevo tendencia hacia la baja. No en vano el Banco Mundial tituló sus Perspectivas Económicas Mundiales de enero de 2019, como ‘Darkening Skies’ (Cielos que se ensombrecen), y el informe de junio lo llamó ‘Altas tensiones, escasas inversiones’. Lea también: Gautier Mignot: ‘Colombia es una prioridad para Francia‘ La economía francesa, que hoy es la séptima en el mundo y la segunda de la Unión Europea, no ha sido inmune a estos vaivenes: su PIB creció apenas 1,1 por ciento en 2016; 2,7 por ciento en 2017 (de acuerdo con el Banco Mundial) y se calcula que lo hará 1,3 por ciento en 2019 (estimativo de la Ocde y la UE). Frente a la conjugación de fuerzas que oscurecen hoy el panorama mundial, la UE es una de las pocas instituciones políticas con influencia global cuyos dirigentes están dando muestras de sensatez, en contra incluso de los gobernantes de algunos de los países que la integran. Alemania y Francia, en particular, han cumplido –no sin ciertos tropiezos– con su papel de amortiguadores de los choques que amenazan la política y la economía mundiales. El gobierno francés ha asumido ese papel, pese a las condiciones poco propicias en la esfera de la Unión Europea y en el plano interno. Muchos ciudadanos del continente y algunos gobernantes se encuentran inconformes con el desempeño de la UE; muestra de ello es el llamado ‘Brexit’ de los británicos. Para muchos ciudadanos del Viejo Continente esta asociación no ha podido satisfacer todas las expectativas que despertó su creación. Y hay inconformidad entre los políticos porque algunos líderes han llegado a ser mandatarios de sus países gracias al apoyo del creciente populismo nacionalista. Francia ha logrado sortear esta última amenaza, pero el movimiento de los ‘chalecos amarillos’, compuesto en general por trabajadores de ingresos medio-bajos, sin organización visible, ha puesto en jaque las políticas gubernamentales y se estima que ha reducido en cerca de 0,3 por ciento el crecimiento del PIB en 2019. No es extraño que el detonante haya sido un alza en los impuestos sobre los combustibles, que eleva el costo de transporte para quienes viven en –o han tenido que desplazarse a– las zonas periurbanas, alejadas y carentes de muchos servicios institucionales. Francia enfrenta hoy crisis internas y externas. Crisis que no implican un desplome, pero sí algunas encrucijadas con respecto a las que ha de tomar decisiones en un contexto de alta complejidad. Es de esperar que en estas sigan prevaleciendo el respeto a la ética, la inteligencia y la capacidad de acción, como muestra de que el planeta sigue siendo viable y de que aún se puede mantener la expectativa de un mundo mejor. *Ph. D. en Ciencias Sociales del Desarrollo.