Las 200 toneladas de la flecha decimonónica del arquitecto Viollet-le-Duc se desplomaron poco antes de las ocho de la noche, tan solo una hora y media después del comienzo del incendio. El plomo fundido caía sobre los bomberos que se habían lanzado al interior de Notre Dame para salvar lo insalvable. El humo había oscurecido el cielo primaveral de París y se reflejaba en las aguas trastornadas del Sena. Todo parecía perdido en esa noche del 15 de abril. Al ver la flecha caer y al consultar a sus equipos, Jean-Claude Gallet, comandante de la brigada de bomberos de París, sabía que tan solo tenía 20 minutos para evitar que 10 siglos de historia se desmoronaran sobre los adoquines de la Isla de la Cité. Pidió a 20 de sus hombres más aguerridos dominar el fuego que abrasaba los maderos que sostenían las ocho campanas de la iglesia. “Si estas caen se llevarán consigo la bóveda y la catedral se desmoronará como un castillo de cartas”, alertó en la carpa de mando José Vaz de Matos, bombero experto en arquitectura del Ministerio de la Cultura. Lea también: ¿Y qué puede hacer Francia para mantener su liderazgo global? Con tenacidad, entre el humo sofocante, sin pensar en la muerte, los soldados empezaron a subir a las torres en las estrechas escaleras en espiral, cargando su material de 20 kilos. Su trayecto incierto era visible desde afuera gracias a la luz de sus cascos, a pesar de las llamas de varios metros de alto que, incandescentes, los cercaban. Cuando llegaron a la cima protegieron la estructura y atacaron las brasas sin piedad. Gracias a ellos, seis horas después, Notre Dame, mutilada, ennegrecida, seguía en pie. Las nueve horas de combate exitosas no fueron el resultado de la improvisación. Los bomberos de París son soldados del Ejército organizados operacionalmente para responder a cualquier catástrofe natural e incendio. Los edificios son el terreno de batalla; el fuego es el enemigo. La operación en Notre Dame exigió dividir la catedral en cuatro sectores controlados por coroneles experimentados con tres misiones prioritarias: primero, evacuar al público; luego, salvar las obras de arte y, finalmente, controlar el fuego. Como en otras intervenciones, una organización jerárquica rígida es desplegada. El bombero más joven dirige la manguera en un lugar preciso y es guiado por otro bombero mayor que tiene una visión más amplia y que, a su vez, es comandado por un jefe de sector. Todas las acciones de riesgo, como esta, necesitan una condición física inquebrantable. Desde 1895, todas las mañanas, estos militares deben subir con sus propios brazos y con sus pesados trajes a una tabla posicionada a 2,40 metros de altura. Si fracasan, ese día no pueden salir a apagar un incendio, pues no son considerados aptos para escapar de un lugar donde se encuentren encerrados si el techo o el piso se desploman. Para intervenir en un monumento histórico también están preparados. En 2018, los bomberos participaron en dos simulacros de incendio en Notre Dame. Por ello, el método y las herramientas estaban en la cabeza de todos los militares: 18 mangueras alrededor del edificio, brazos mecánicos para alcanzar la altura del armazón, un sistema de bombeo de agua desde el Sena, la utilización de un robot y de drones para recuperar informaciones del interior del edificio, y hasta los códigos para acceder a las cajas fuertes que protegían los tesoros. Gracias a esta preparación no fue sorpresa que se haya preferido evitar el uso de aviones cisterna pues se hubiera podido destrozar el edificio bajo el peso del agua. En el interior los cañones no fueron dirigidos contra los majestuosos vitrales medievales ni contra los cuadros. Debido a misiones heroicas como esta los bomberos son uno de los cuerpos de intervención más amados en el país. Durante la pesadilla del 13 de noviembre de 2015 en París, cuando 131 personas fueron acribilladas por miembros de la organización Estado Islámico, 430 bomberos socorrieron a las víctimas. Su trabajo fue aclamado en el mundo. En 2017, en todo el país, controlaron 300.000 incendios y socorrieron a 4 millones de personas. No es raro que en los cuarteles los vecinos les ofrezcan comida u otros regalos. Según la más reciente encuesta sobre el tema, 96 por ciento de los franceses tienen una buena imagen de ellos. Desde 1811, cuando el emperador Napoleón Bonaparte creó la primera brigada con soldados de infantería, este cuerpo militar ha enfrentado las peores catástrofes sin mostrar una brizna de vacilación. El día del incendio de Notre Dame, Gabriel Plus, portavoz de los bomberos, lo dejó claro a los medios: “Nunca he visto a un bombero decir no”. De ese coraje de hierro emergió el lema de la brigada de París: “Salvar o perecer”. *Corresponsal de Revista Semana en París.