Édgar Collazos, un caqueteño de 58 años, tenía cataratas en ambos ojos y necesitaba una operación para recuperar la claridad de su visión. La Clínica Barraquer se ofreció a realizar la intervención pues él podía viajar a Bogotá. La tarea no era sencilla. Édgar vive en la vereda Granada, del municipio El Paujil, en Caquetá, a 30 kilómetros de Florencia y a más de diez horas por carretera de la capital del país. Definitivamente, el viaje debía ser por avión. Y la única respuesta posible la podía dar la aerolínea SATENA. Gracias a sus nuevas frecuencias y horarios nocturnos, esta lo transportó para su cirugía y, de nuevo, para sus controles posteriores.“Llegar de noche a algunos de nuestros destinos, como Florencia, nos ha permitido no solo ser más eficientes en la operación, sino darles mayor bienestar a las poblaciones y contribuir con el desarrollo de esas regiones apartadas”, le dijo a SEMANA el mayor general Pedro Lozano, presidente de SATENA.Hace tres años, el futuro no era muy brillante. Desde su creación, en 1962 hasta la década de los noventa, la aerolínea recibió apoyos económicos del Estado. La historia cambiaría en 1991, cuando el gobierno definió que debía ser autosuficiente y competir en el mercado. Con dificultades, la compañía logró sostenerse, pero desde 2010 comenzó a cerrar sus periodos contables con pérdidas. En 2015, la galopante subida del dólar multiplicó el déficit y SATENA entró en causal de disolución.Sin embargo, como esta aerolínea es fundamental para la interconexión de los centros de desarrollo y las regiones apartadas de Colombia, el gobierno intervino y en 2016 decretó una subvención anual para cubrir las pérdidas operacionales de las rutas sociales en las que es el único operador.Con este apoyo y un cambio de paradigmas, la empresa comenzó un nuevo despegue. Maximizó sus itinerarios, aumentó las horas de vuelo, redujo el número de aviones, subió los salarios de los empleados y superó sus niveles de eficiencia. Ahora tiene frecuencias a 37 destinos, de los cuales 24 son rutas sociales, y ya comenzó su operación nocturna en ocho aeropuertos (Florencia, Quibdó, Villavicencio, Arauca, Puerto Carreño, Puerto Asís, Corozal y Apartadó), donde la mayoría de las aerolíneas comerciales prefieren no volar, y menos de noche.La compañía cuenta con pilotos civiles y militares, todos entrenados para aterrizar en pistas difíciles. El capitán Erick Robayo, de 34 años, es piloto de la Fuerza Aérea desde hace 13. Sabe volar aviones militares como el T-27 Tucano y el SuperKing 350, que tiene misiones de ambulancia, transporte especial e inteligencia. En Satena vuela un ATR-42, con el que ha transportado pasajeros desde municipios como Pitalito (Huila), Saravena (Arauca), Villagarzón (Putumayo) y La Macarena (Meta), hasta lugares tan alejados como Guapi (Cauca). Últimamente ha estado cubriendo también las operaciones nocturnas.“Volar de noche genera ciertos riesgos, pero la compañía los mitiga con tripulaciones altamente capacitadas y aeronaves de última tecnología en sus sistemas de navegación. Además, la Aeronáutica Civil ha incrementado la infraestructura en los aeropuertos, con sistemas de radioayudas, de comunicación y de aproximación a la pista”, cuenta.El servicio de SATENA es principalmente social. La aerolínea cuenta con un avión Embraer 170, dos Embraer 145, siete ATR-42 y dos Harbin Y-12, con los que el último año transportó a más de 1 millón de pasajeros con 88 por ciento de cumplimiento y 75 por ciento de ocupación. Las metas de SATENA para este año son claras: mitigar la brecha económica, fortalecer el posconflicto, potenciar el ecoturismo y aliviar el déficit de infraestructura del país.Adicionalmente, la aerolínea busca que pilotos como el capitán Robayo puedan seguir transportando cada vez más pasajeros. Las esperanzas están puestas en la ley de capitalización para el lapso 2018-2019, con la que recibiría 30 millones de dólares para comprar aviones lo que permitiría duplicar los destinos y llegar a territorios de difícil acceso, particularmente en el Pacífico, la Orinoquia y la Amazonia. Y así, conectar a la llamada ‘Colombia profunda’.