Al recorrer los territorios rurales colombianos se descubre un nuevo país. Los paisajes son asombrosos, pero lo que nunca dejará de sorprenderme es la calidad humana de su gente. Esa que, a pesar de haber sufrido las más duras consecuencias del conflicto, ha logrado sobreponerse con absoluta valentía. Gente que anhela y sueña con la paz completa. Mientras en las grandes ciudades de Colombia se debate sobre la paz, las comunidades de las regiones solo esperan, sin condición, que llegue el día en que puedan despertarse sin miedo y gozar de una vida digna.Una vida digna pasa por saldar las brechas históricas que el conflicto armado impuso en estos territorios. Sería difícil pensar en generaciones que crecen en paz y creen en la paz, si los jóvenes, los niños y las niñas en sus municipios no tienen acceso al agua limpia y a una alimentación sana, a la educación y a la salud de calidad. Tampoco puedo imaginar una paz con equidad si las mujeres no cuentan con igualdad de oportunidades, con opciones de empleo dignas, que puedan elegir y sean electas a sus concejos, que se conviertan en alcaldesas o en presidentas de las Juntas de Acción Comunal, y puedan vivir libres de violencias de género.Según el Dane, de los casi 50 millones de ciudadanos de Colombia, el 23,4 por ciento habita en el sector rural (52,86 por ciento son hombres; 47,14 por ciento, mujeres). En el Registro Único de Víctimas, el 64 por ciento proviene de zonas rurales. Estas son solo algunas de las cifras que reflejan a quiénes ha mirado de frente la guerra y en quiénes debe centrarse la paz sostenible. Nuestro firme compromiso para que llegue la paz es con ellos. Necesitamos que las comunidades rurales comiencen a palpar un Estado más cercano a sus territorios, ampliando la provisión de bienes sociales y públicos y promoviendo una dinámica socioeconómica que contribuya a reconstruir el tejido social y a reducir la pobreza.Al abordar los retos del posconflicto, las mujeres rurales pueden considerarse las principales catalizadoras en la transformación de sus territorios: 5,3 millones de ellas habitan el campo colombiano. El 27,8 por ciento de los hogares rurales tienen jefatura femenina, y el 36,6 por ciento de la producción agrícola del país está en manos de las mujeres. Además, lideran gran parte de la vida comunitaria, tejen las relaciones sociales y construyen reconciliación y paz en sus territorios.Tristemente, el 28 por ciento ha migrado por amenaza o riesgo para su vida. Por eso, necesitamos enfocar nuestros esfuerzos para promover la garantía plena de sus derechos, la protección de su vida e integridad, y eliminar todo tipo de violencia hacia ellas. Aún muchas enfrentan grandes barreras para acceder a la propiedad de la tierra, a proyectos productivos, opciones de financiamiento, infraestructura, servicios técnicos y formación.Debemos garantizar que ninguna se quede atrás. Porque una verdadera paz sostenible requiere del liderazgo y la representación de todas las mujeres (urbanas y rurales), en los distintos niveles de la adopción de decisiones.Colombia tiene un compromiso con el campo y sus habitantes, especialmente con la población femenina que ha sido frágil entre los más vulnerados. Con aquellos que no han podido gozar de la protección de sus derechos, lo que evidencia la gran brecha social entre las ciudades y el campo. En este reto se juega el desarrollo de todo el país, porque no hay paz sin desarrollo, ni desarrollo sin paz, ni paz y desarrollo, sin la realización plena de los derechos humanos.Este país me ha enseñado que a pesar de tantas heridas abiertas ha logrado con gran vehemencia dar el primer paso hacia la construcción de la paz. Y ahora anhelamos que plantee un modelo de inclusión que destaque el poder de las mujeres rurales, aquellas que con sus cualidades siembran las semillas de la paz. Hagamos que todo esto sea realidad.*Coordinador residente y humanitario de la ONU en Colombia.