Todos los días me levanto con dolor en el pecho. Aunque de salud estoy bien, cuando miro las noticias sobre Venezuela siento que todos han trabajado arduamente para arruinarlo todo. Antes me despertaba sabiendo que mi país era el lugar al que podía recurrir en cualquier momento si las cosas no salían bien aquí. Era mi opción, hoy no. Me quitaron esa posibilidad. Es tan injusto lo que está pasando, que me embarga una sensación de impotencia e injusticia. Me fui de Venezuela porque Colombia me brindaba mejores oportunidades. Me quedé porque me enamoré. Sin embargo, la historia de mis compatriotas es otra. Hoy están llegando los que no tienen más alternativa. Afortunadamente siento que los colombianos son solidarios. Cuando estuve en Cúcuta, vi cómo los mototaxistas reunían comida para darles a los venezolanos que duermen en la calle. No hay persona que no se haya conmovido frente a esta adversidad. Entiendo que hay una línea delgada entre las ganas de ser solidario y la posibilidad de serlo, pues aquí también se tienen necesidades. Vea también: Colombia no debe repetir la historia de Venezuela, ¿lección aprendida? Colombia y Venezuela comparten una historia. Nos une la capacidad de empezar de cero, de ser emprendedores. Compartimos las mismas costumbres y el mismo sentido de pertenencia. No hay wayúus venezolanos o colombianos, todos son wayúus. Nos une la capacidad de no ser “los de allá” o “los de acá”. En medio de esta situación, el arte cumple un papel fundamental. Tiene el poder de transgredir fronteras y credos, pero además puede abrirles los ojos a quienes no quieren ver. Inspira solidaridad y fomenta la sensibilidad. Los artistas, entonces, tenemos la gran responsabilidad de buscar las herramientas necesarias para generar empatía. No veo una salida próxima a la situación de mi país. La solución no es solo que quienes están en el poder se vayan. Se trata de una generación entera que no ha vivido en otra Venezuela, que le cuesta imaginar que no debería hacer fila para acceder a los productos básicos. No saben que las cosas pueden ser distintas. La última vez que fui, hace cuatro años, nunca pensé que tendría que empacar azúcar y acetaminofén en mi maleta. Ya no tengo la necesidad de ir porque mi familia es la que viene. Valencia, mi ciudad, dejó de ser el punto de encuentro de cada 31 de diciembre; dejó de ser lo que yo quería mostrarle a mi hijo. *Actriz.