Nuestras ciudades, donde acostumbramos celebrar siglos de fundación, son apenas señoras jóvenes, damas centenarias si acaso. Medellín, por ejemplo, se ha hecho en el último siglo. Casi todo lo hoy reconocible, hasta las antiguallas sagradas, fueron levantadas durante los últimos 100 años bajo el signo de una palabra que al parecer no envejece: progreso. Hace 100 años la ciudad tenía algo más de 80.000 habitantes y se contaban 8.107 edificios entre los que estaban las casas de tapia y cañabrava.Aquí todo comenzó con el oro. Al finalizar el siglo XIX había 3.200 minas en Antioquia y cerca de 15.000 hombres y mujeres empadronados como mineros. Los túneles marcaron el camino de las primeras obras de ingeniería y la Escuela de Minas sirvió como salón inaugural del llamado espíritu civilizador. Uno de sus egresados, Alejandro López Restrepo, publicó como tesis lo que sería la idea de la gran obra de ingeniería de comienzos del siglo XX en la región: El paso de La Quiebra en el Ferrocarril de Antioquia. En 1914 se entregaron los primeros estudios para la obra al mismo tiempo que se inauguraba en Medellín la estación del ferrocarril en el Camellón de San Juan, un edificio todavía en pie por gracia de algún milagro.El Túnel de la Quiebra tardó 32 meses y sus tres kilómetros y medio se abrieron a las locomotoras el 14 de julio de 1929 entre himnos y cantos a la raza, sin importar que lo hubiera excavado una empresa canadiense.Las obras que buscaron alejar los vestigios del pueblo en la primera mitad del siglo XX fueron la rectificación y canalización del río Medellín y la cobertura de la quebrada Santa Elena. La canalización comenzó en 1912 y los trabajos duraron hasta la mitad del siglo. Además, se trazaron las avenidas Los Libertadores y Los Conquistadores, a lado y lado del río.

Foto: Getty ImagesPor esa misma ruta, en la margen oriental de sus aguas, corre la línea más larga del Metro, el proyecto de infraestructura más grande de la segunda mitad del siglo pasado. Fundada en 1995, esta obra cambió las rutas y los ritos de los ciudadanos. Medellín había olvidado la amplia red de tranvías trazadas muchas décadas atrás. En 1921 comenzó a operar la planta eléctrica de Piedras Blancas y las primeras líneas del tranvía eléctrico estaban marcadas en los planos desde hacía dos años. De nuevo, Alejandro López Restrepo y sus alumnos en la Escuela de Minas entregaban las primeras rayas para que el ingeniero alemán Augusto Woebckman terminara los estudios sin siquiera conocer la ciudad. El proyecto tenía la bendición de quienes mandaban en las ideas, la banca y la política.El trencitoLa primera línea iba desde el Parque Berrío hasta la Plaza de la América. En 1939 se amplió el sistema que llevaba pasajeros a Manrique, El Poblado, Envigado La América, Belén y otros barrios de la ciudad. Eran 40 kilómetros de rieles plateados en todas direcciones. En 1938 el tranvía había transportado 10 millones de viajeros pero los críticos ya hablaban de “cajones lentos, antiestéticos y estridentes”. Solo diez años después de que el alcalde Luis Mesa Villa declarara “misión cumplida” respecto al crecimiento del tranvía, ya las líneas eran casi un recuerdo y los postes se levantaban para dar paso a los buses.Hoy la ciudad celebra el Tranvía de Buenos Aires, apenas cinco kilómetros de vía que aportan cerca del 5 por ciento de los pasajeros al Metro y que es sobre todo un trencito turístico. Tal vez los tres Metrocables en la ciudad sean un consuelo elevado y burlón de esos días de tranvía.En los últimos años la ciudad ha descubierto viejos tesoros. Carabobo Norte supuso integrar el Jardín Botánico, el Planetario, el Parque Norte y añadir Explora y Ruta N. Por primera vez en décadas una intervención hizo que toda la ciudad disfrutara un espacio común. Parques, universidad, investigación y algo de campo en una sola zona. Cosas parecidas suceden en la Unidad Deportiva renovada para los juegos suramericanos de 2010.

Foto: Getty Images Pero tal vez sea el Parque Biblioteca La Ladera el mejor símbolo de la ciudad reciente. Una biblioteca de barrio sobre lo que fuera el más grande panóptico de la ciudad construido en 1921. Un simbolismo pero también una realidad. De la cárcel que diseñó Agustín Goovaerts solo quedó en pie una parte de su portón exterior. Allí volvieron los nadaístas hace unos años para inaugurar el mismo sitio donde estuvieron encerrados algunas semanas por su cinismo y desparpajo. Los habitantes de los barrios se dieron cuenta de que no era necesario “bajar a Medellín” para encontrar obras dignas de catálogo. Quizá por eso mismo hoy los turistas extranjeros visitan más las escaleras eléctricas de la Comuna 13 que los centros comerciales de Laureles o El Poblado. En las montañas también hay cosas dignas de ver.* Escritor y periodista