En 1853 el comodoro estadounidense Matthew Perry ancló su buque en la bahía de Edo (actual Tokio) y se encontró con un país que daba sus primeros pasos hacia la industrialización pero que estaba aislado económica y socialmente del resto del mundo. Ni Perry, navegante experimentado y delegado del gobierno estadounidense para conquistar el mercado japonés, ni el más optimista de los viajeros podrían adivinar que 15 años más tarde Japón comenzaría un profundo proceso de apertura que lo llevaría a ser una potencia mundial. Ese periodo de expansión, conocido como la era Meiji, comenzó en 1868 con la caída del shogunato Tokugawa, un régimen militar proclive al aislamiento internacional, y terminó en 1912. De esta forma se restauró el poder del emperador Mutsuhito –también conocido como Meiji–, quien unificó al país y lo encaminó hacia la apertura económica y el desarrollo. Desde ese entonces, el país del sol naciente no es el mismo. Le recomendamos leer: ¿Cómo Japón llegó a ser una potencia después de perder la guerra? La metamorfosis japonesa se pudo apreciar en los sectores políticos, económicos, sociales, culturales y educativos, entre otros. Y Edo ganó un nuevo nombre: Tokio. En 1871 desaparecieron las clases sociales heredadas del feudalismo y el yen comenzó a ser la moneda de la nación, con el fin de estandarizar el comercio. En 1889 se estableció la Constitución, que centralizó el poder en manos del emperador. También nacieron las universidades imperiales de Tokio y Kioto, y el país adoptó el calendario gregoriano. Así mismo, la industria se fortaleció a través de una política estatal directa. “El Estado fomentó los ferrocarriles y la infraestructura militar, como base de la industrialización (...), surgieron y se fortalecieron sectores como la metalmecánica, los textiles y los químicos, vía transferencia tecnológica”, explica Francisco Correa, profesor de la Universidad de Medellín y candidato a doctor en Teoría Económica del Swiss Management Center, en Suiza, donde estudió la evolución de la economía japonesa. El gobierno Meiji fundó múltiples empresas públicas que impulsaron aún más el proyecto modernizador y luego se convirtieron en reconocidas multinacionales como Mitsubishi, Mitsui, Sumitomo, Kawasaki, Furukawa y Yasud, entre otras. Le puede interesar: Con el adiós al trono de Akihito, Japón se prepara para una nueva era Mientras algunos académicos consideran que este periodo es una continuación del desarrollo histórico japonés, otros lo califican como una ruptura. Sin embargo, todos coinciden en afirmar que el país nipón supo mantener sus raíces culturales frente a las corrientes occidentales. Fue un proceso “con toda la ciencia occidental, pero con la tradición oriental”, explica Pío García, especialista en el pensamiento y la geopolítica de Asia. Las decisiones tomadas durante esta época permitieron dejar atrás el claustro oriental hallado por Perry, y que la economía de Japón soportara las guerras mundiales, empezara a recoger frutos en la segunda mitad del siglo XX, y hoy sea la tercera más grande del mundo.“Es un paradigma, un ejemplo para todos los países en desarrollo”, concluye Correa.