SEMANA: El Centro de Rehabilitación para Adultos Ciegos lleva más de medio siglo trabajando por cambiar paradigmas. ¿Cuál ha sido el más significativo para contribuir a la transformación de los procesos de inclusión social de las personas ciegas?

GLADYS LOPERA: Yo diría que el enfoque del trabajo en familia, fundamental para los procesos de rehabilitación. Antes los familiares dejaban a las personas ciegas en los centros en la mañana y los recogían en la tarde, pero la pandemia ha contribuido a cambiar esa realidad. La familia o es un facilitador o una barrera y en muchos casos puede ser un obstáculo por desconocimiento. Por eso parte de nuestra labor ha sido formar familias facilitadoras. Abrimos una primera convocatoria y se inscribieron 30 familias para un curso de formación de año y medio. Hoy trabajan con nosotros apoyando a otras familias. En 2021 tendremos la segunda cohorte.

SEMANA: ¿En qué consiste exactamente ese proceso de ‘familia apoyando familias’?

G.L.: Las familias facilitadoras certificadas por CRAC colaboran en los procesos de preingreso de los usuarios que llegan a la institución por primera vez. Comparten sus experiencias sobre cómo vivieron y salieron adelante cuando sus hijos, esposos o hermanos quedaron ciegos, y hacen el acompañamiento durante el período de duelo que se da al inicio de la pérdida de la visión. Este mes de diciembre dictaron un taller virtual a nivel nacional.

SEMANA:. ¿Cómo adaptaron sus actividades a la nueva realidad generada por la pandemia?

G.L.: La tecnología ha sido clave. Todos han tenido que aprender a manejar las redes sociales, a estar conectados a nivel nacional por Teams. El 16 de diciembre, por ejemplo, 13 regiones participaron de la novena de Navidad en línea. Sin embargo, en marzo, cuando comenzamos a trabajar desde casa, una de las primeras dificultades que tuvimos que enfrentar es que nuestros profesionales y usuarios tenían que compartir un computador hasta con cuatro personas. Pensamos que sería algo a corto plazo, pero cuando entendimos que el confinamiento se postergaría, enviamos los equipos de la institución a los hogares de nuestros trabajadores e iniciamos una campaña para conseguir equipos en desuso, donaciones de los amigos y hasta logramos comprar tabletas para contribuir con la comunidad de ciegos. Luego nos concentramos en las capacitaciones.

SEMANA: ¿Qué tipo de servicios se han logrado mantener bajo la modalidad virtual?

G.L.: Al inicio priorizamos el enfoque psicosocial para garantizar el acompañamiento a las familias en momentos de crisis, para sus relaciones interpersonales y la resolución de conflictos intrafamiliares. Más adelante retomamos la orientación sobre vida diaria y movilidad. Comenzamos con videollamadas y en paralelo a trabajar para que las EPS y la Secretaría de Salud autorizarán la telerehabilitación de los ciegos. Realizamos dos cursos virtuales y 13 talleres a distancia dirigidos a maestros. En nuestras conferencias han participado hasta 400 familias conectadas en todo el país. Sin embargo, algunos aspectos de la rehabilitación requieren de la presencialidad, por eso vamos a seguir aplicando la alternancia.

SEMANA: Debido a la pandemia, la presencialidad representa un mayor desafío para esta población…

G.L.: Esa fue la razón por la cual al principio tuvimos que cerrar. Sin embargo, actualmente se prestan servicios como el de baja visión solo para adultos jóvenes sin preexistencias, con el consentimiento del usuario y su familia. La mitad de la rehabilitación es ahora de forma virtual y algunas prácticas son en las dos sedes de Bogotá, con estrictos protocolos que tuvimos que implementar. Las terapias se hacen individuales durante 40 minutos, antes eran dinámicas con hasta tres participantes. Y en las regiones todo ha sido por telerehabilitación.

SEMANA: ¿Cuál es el desafío que debe superar la sociedad para que haya una verdadera inclusión de esta población?

G.L.: El mayor reto es el miedo por desconocimiento; miedo a la vinculación de personas ciegas en la academia, las empresas... Hay que trabajar en hacer más visibles sus capacidades y para ello las campañas deben ser más formativas que de sensibilización. Es necesario cambiar el paradigma lastimero.

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