Estamos inmersos en la más intensa y profunda de las revoluciones científicas aplicadas al desarrollo de las fuerzas productivas y a la transformación de la sociedad humana: la llamada cuarta revolución industrial (CRI). Sus efectos llegan a nuestra cotidianidad de múltiples formas, sin embargo, en un artículo publicado el pasado mes de agosto en El País de España, Cristina Pombo, asesora en economía digital del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), se preguntaba si la CRI estaba en la agenda de los gobiernos latinoamericanos. La primera vez que escuché sobre una de las hazañas de la nueva tecnología fue en 2014, cuando fui a un congreso mundial sobre organización de datos geoespaciales en las Naciones Unidas en calidad de secretario general de la Asociación de Estados del Caribe. Los delegados chinos nos mostraron cómo por medio de una acumulación gigantesca de información, podían seguir el origen espacial de ciertas enfermedades y su evolución territorial en sus más mínimas características, lo que les permitiría en un futuro un mayor control y la creación de soluciones reales y anticipadas a sus desarrollos en cualquier lugar del país. Lea también: ¿Por qué Colombia es un actor fundamental para el comercio marítimo mundial? Ahora, ¿hasta qué punto Cartagena ha participado y tiene posibilidad de beneficiarse de estos grandes cambios para mejorar sustancialmente la salud, la educación, el transporte, la administración pública y la lucha por reducir los efectos negativos del cambio climático (por mencionar unos pocos campos de aplicación de las nuevas tecnologías). No estoy seguro de que tengamos bases objetivas para responder de manera optimista esta pregunta. Pese a los progresos logrados en ciertas áreas, dos grandes obstáculos se oponen –al menos en el corto plazo– a un progreso real que nos acerque al manejo planificado de las extraordinarias ventajas que ofrece la cuarta revolución industrial para el bienestar de los cartageneros. El primero, la ausencia de inversión significativa en ciencia, tecnología e innovación. Los índices nacionales son muy bajos en comparación con países más desarrollados, pero el caso es que Cartagena está incluso por debajo de algunas ciudades del Caribe colombiano con un menor desarrollo económico evidente. Si se observan las cifras de Colciencias de inversión en investigación y desarrollo por departamento, es evidente que Córdoba, Atlántico y Magdalena invierten más dinero que Bolívar. La Región Caribe solo participa con el 6 por ciento del total de recursos invertidos en investigación y desarrollo en el país. Esto también se ve reflejado en el Plan de Acción 2033. Así mismo, en el reporte de Cartagena Sostenible, elaborado por Findeter, se menciona que Bolívar “es uno de los departamentos con menor ejecución de recursos del Fondo de Ciencia, Tecnología e Innovación. Según cifras del DNP de los 538.600 millones de pesos asignados entre 2012 y 2018, solo se han aprobado 54.300 millones de pesos, es decir el 10 por ciento”. El problema de fondo es que la pobreza en la inversión en investigación, desarrollo e innovación refleja, ante todo, una gravísima incomprensión de las realidades del mundo hoy, y, por lo tanto, sistemas de planificación y de educación sin orientaciones claras ni prioridades serias de frente al inmediato futuro. El segundo, que no requiere de estadísticas y que constituye quizás el más grave de los males de la ciudad, es su alarmante deterioro institucional causado, sobre todo, por el dominio de una cultura política que acusa altos grados de inoperancia y ausencia seria de ejecución. Bastaría señalar, para resaltar la gravedad de la situación presente, el abultado número de alcaldes que ha tenido la ciudad en los últimos dos periodos de gobierno (más de diez) y el de los que han terminado acusados de delitos contra lo público. ¿Qué hacer para no seguir en la premodernidad institucional cartagenera? Se requieren al menos dos soluciones. La primera, una transformación radical en la vida política e institucional de la ciudad que permita centrar la atención en su propio desarrollo, mediante una planeación seria y moderna que incorpore los nuevos adelantos científicos, las nuevas tecnologías y el aprovechamiento de estas para la solución de los problemas de sus habitantes. La segunda es darle una alta prioridad a la creación de un sistema de educación, que desde los niveles más bajos propicie una formación para las nuevas realidades del mundo. *Historiador.