A comienzos de este siglo Quebrada Seca, una vereda en jurisdicción del municipio de Aracataca (Magdalena), vivió el fuego cruzado del conflicto armado. Sus habitantes huyeron con lo poco que tenían para evitar que los paramilitares, que dominaban entonces la Sierra Nevada de Santa Marta, acabaran con sus vidas. Juan Alberto Lam, junto a su esposa y sus hijos, dejaron atrás los años de trabajo en su cultivo de yuca y maíz y se establecieron –como muchos desplazados– al margen de la línea férrea en la zona rural de Gaira, en Santa Marta.La incomodidad de la nueva vida le pasó factura a Lam. Su compañera sentimental no soportó las condiciones y al poco tiempo decidió marcharse. Para sostenerse, Juan Alberto, que tenía nociones sobre construcción, empezó a trabajar como albañil. Con lo poco que ganaba, buscó darle forma a una casa en la que, dice, pasaba mucho trabajo.“No teníamos agua potable y conseguirla era un problema, pero también pasábamos muchísimo trabajo cuando llovía pues todo se inundaba: el techo era de zinc y con cualquier serenito ya se nos metía el agua”, relata Lam. A pesar de las circunstancias, él no perdía la esperanza de, algún día, obtener una mejor vivienda, consciente de que “eso ayuda a mejorar la calidad de vida”.Lo que no estaba dentro de sus planes era ser beneficiado con una de las casas gratis construidas por el Gobierno Nacional, a través del Ministerio de Vivienda, en el sector de Ciudad Equidad, al oriente de la capital del Magdalena. Juan Alberto lo recuerda hoy y se emociona como en aquella ocasión: “Siempre quise reunir la plata para comprar un terrenito y hacer mi casa. Al fin la iba a tener”.Su nuevo hogar tenía una particularidad: estaba entre las 100 propiedades que fueron revocadas a sus beneficiarios originales a corte de mayo de 2018. De estas, 30 han sido retiradas por comisión de actividades ilícitas. Otras causales fueron el no pagar los servicios públicos y la administración o alquilar el inmueble.Juan Alberto sintió que se hacía tangible su promesa de brindarles a sus hijos un espacio digno, con los servicios básicos y dentro de una zona urbanizada. Al mudarse comenzó a ahorrar para ejecutar algunas reformas. Arrancó con personalizar su casa porque, al recibirla, estaba un poco descuidada y en general en obra negra. “Con lo poquito que gano ya he podido hacer algunas cosas, como ‘tirar’ la baldosa en la sala, ponerle techo y piso al patio y adecuar los cuartos. Poco a poco he ido mejorando todo porque la idea es que mi casa esté bonita”.Esta nueva forma de vida también se reflejó en sus hijos. Daniela, de 11 años, y estudiante de sexto grado, ahora tiene cerca a su residencia la Institución Educativa Distrital del Caribe que –dice orgulloso su padre– ha permitido que mejore su rendimiento académico y el de 1.240 estudiantes en tres jornadas.“Le veo más empeño. Las calificaciones de mi niña ahora son las más altas, pues ha aprendido mucho. Su calidad de vida ha cambiado, ya tiene metas y sueños (desea, al terminar su bachillerato, ingresar a la Policía Nacional) y ahora está aún más motivada porque tiene este techo con un mejor ambiente a su alrededor, ya no estamos en riesgo ni pasando penurias por vivir frente a la línea del tren”, comenta Juan Alberto.Este beneficiario del programa de viviendas gratuitas lamenta que las personas afectadas por la revocatoria de sus viviendas no comprendan el valor de conseguir un lugar digno para vivir. “Yo pienso que deberían mirar el esfuerzo que hizo el Gobierno para construir estas casas y entregárnoslas. Deberían pensar como yo, en ponerla bonita, apreciar la casita y no utilizarla para cosas malas. La persona que la tenía antes no la respetaba. Nosotros sí la respetamos”. Así Juan Alberto agradece el poder tener su techo propio.*Periodista.