Cuando miró hacia abajo se llevó una sorpresa. Iba en un bus que recorría las calles de Bogotá y notó que en cada pie tenía puesto un zapato de diferente color. Fue la señal de que había tocado fondo. Claudia Quintero llegó a la capital del país, sin quererlo, en 2005. Tuvo que abandonar Cúcuta porque los paramilitares la habían amenazado de muerte. Y ahora, después de un tiempo difícil en este distrito frío, gris, lejano de su hogar, se transportaba en un bus con el calzado errado. Así de agotada estaba su mente. Ya no podía controlar ni esos pequeños detalles. En medio de la vulnerabilidad de su condición de desplazada, Quintero fue víctima de la explotación sexual. Este dolor, la confusión, la lejanía, la llenarían de razones para convertirse años después en una defensora de los derechos humanos. Pero aquel día, en medio de la desolación, no pudo ni controlar un acto tan sencillo como elegir los zapatos apropiados. Así de compleja puede ser la vida de una víctima de la guerra en el país. En 2011 buscó a Lina Rendón, una psicóloga que había conocido durante el proceso de documentación correspondiente a la sentencia del exlíder paramilitar Jorge Iván Laverde, alias el Iguano. En ese entonces la psicoterapeuta trabajaba con la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación. Pero cuando Claudia volvió a contactar a Lina, esta se había vinculado a la Unidad para la Atención y Reparación Integral a las Víctimas, que entraría en operación un año después. Lea también: "La pierna herida del bailarín Jonathan Martínez, el líder de los Black Boys" Lina le contaría sobre la estrategia de recuperación emocional que desarrolla esta unidad. En ella se vela por la salud mental de las víctimas, como lo cuenta Aida Solano, coordinadora de este colectivo, “partimos de una mirada que aborda el dolor como una afectación psicosocial relacionada con el contexto”. Los especialistas trabajan con las personas que sufrieron los rigores de la violencia del país, se les reconoce su duelo, pero se les concibe como sujetos que serán capaces de recuperarse y, muy posiblemente, de convertirse en líderes de sus comunidades. “No todos sufrimos de la misma forma. No todos padecimos el conflicto de la misma manera –comenta Solano–. El sufrimiento tiene muchas formas de expresarse además del llanto; el silencio también es una manera de sufrir, como lo puede ser el dejar de hacer algo, no usar ciertos colores, cambiar rutinas”. Mediante esta estrategia no se pretende erradicar el pasado doloroso. “Sin memoria no hay reparación. Lo que hacemos es integrar al dolor, para que las personas puedan vivir con él; pero se puede sanar, se puede recordar con menos dolor”, añade Solano. Le puede interesar: “Que no les suceda jamás a las generaciones más jóvenes” Esta metodología es muy diferente a las sesiones a puerta cerrada con un psicólogo o un psiquiatra. Se trabaja en grupos de 15 o 20 personas que tendrán sesiones semanales de tres horas durante dos meses. Estas serán lideradas por un facilitador profesional enviado por la unidad a todos los territorios. Los miembros de cada grupo se reconocen como pares, a partir de su condición de víctimas, y como tales se acompañan en la expresión de su dolor. Con el apoyo del facilitador se brindan consejos y mensajes de aliento entre ellos mismos. Cuentan también con herramientas como una cartilla en la que pueden expresar por escrito la evolución de su estado emocional en cada sesión. De víctima a líder Esta misma estrategia ha sido replicada por Quintero. Ella cuenta que fue así como el año pasado consolidó su paso de víctima a líder. “Mi apuesta fue la recuperación emocional”, dice. Eso mismo que la ayudó a recuperarse de forma individual la animó a llevar a cabo acciones a favor de otras mujeres que vieron en su ejemplo la posibilidad de sanar. Con el apoyo del Fondo Vivir la Paz, de la Sociedad Alemana para la Cooperación Internacional (GIZ), desarrolló el proyecto ‘Cuerpaz: memoria y corporeidad’. También creó la Corporación Anne Frank, definida por su fundadora como una organización de mujeres víctimas de violencia sexual, trata de personas y sobrevivientes de la prostitución. Le puede interesar: El arte, la mejor forma de narrar el conflicto colombiano En un principio la corporación centró su labor en mujeres habitantes de Altos de Cazucá y Soacha, pero desde que Quintero se radicó en Popayán, ha extendido su alcance al departamento del Cauca. “En esta ciudad –la capital de uno de los departamentos más afectados por la violencia– encontré mi lugar en el mundo. Me enamoré de ella”, dice Claudia.
A Colombia llegaron organizaciones como Heartland Alliance International para apoyar a las poblaciones victimizadas por el conflicto, especialmente en Quibdó y Buenaventura. Foto: @anakarinadelgado Al trabajo de recuperación emocional adelantado por la Unidad para la Atención y Reparación Integral a las Víctimas y líderes como Quintero, se han sumado los esfuerzos de organizaciones como Heartland Alliance International (HAI), con sede en Chicago (Estados Unidos). Esta llegó a Colombia en el preámbulo de la Ley de Víctimas y ayuda a las poblaciones que han sido victimizadas por el conflicto y la guerra, principalmente en poblaciones afro de Quibdó y Buenaventura. Gracias al financiamiento Usaid, HAI implementó la Alianza con Organizaciones para lo Emocional (Acople) para proveer servicios de salud con enfoque comunitario. “Esta apuesta no depende únicamente de los servicios profesionales de psicólogos y psiquiatras, la idea es fortalecer las capacidades de la propia comunidad y así dar respuesta al dolor y al sufrimiento que tienen las víctimas”, dice Esteban Moreno, director de la HAI en Colombia. Se trata entonces de que los miembros de cada población asuman el papel de agentes comunitarios psicosociales. Para llevar a cabo esta labor y atender a otras víctimas reciben capacitación con protocolos avalados por la Universidad Johns Hopkins de Baltimore, Estados Unidos. “Es una formación bastante robusta y cuenta con la supervisión continua de un mentor”, aclara Moreno. Todo el proceso consta de entre 8 y 12 sesiones grupales. En la inicial y en la final se implementan encuestas con quienes hicieron parte de ellas. Es un programa flexible. La cantidad de sesiones puede variar dependiendo de la voluntad de los participantes, y si alguno de ellos lo prefiere, se presta atención individualizada. Este modelo ayuda a suplir la ausencia de profesionales calificados en las zonas donde se concentra la mayor cantidad de víctimas, y también permite que se brinde un servicio culturalmente adaptado: “los miembros de una comunidad reconocen el lenguaje específico con el que manifiestan el dolor y el bienestar, ya sea de forma verbal o corporal –dice Moreno–. Cuando las víctimas saben que otro sobreviviente les está prestando este servicio la recuperación es más efectiva”. De esta manera se capacita a las comunidades para que puedan brindarse apoyo, sin depender de agentes externos. “Todos hablamos de reparación integral para las víctimas, pero cuesta entender que reparar los daños causados, más allá de una suma de dinero, pasa por el interior, por el corazón de las personas; es ahí donde está la verdadera reparación”, finaliza Claudia Quintero, quien hoy, más que nunca, lleva sus zapatos muy bien puestos. *Coordinador editorial Especiales Regionales de SEMANA.