Nadie habla. Cuando la gente cruza la puerta el silencio parece una norma tácita. El edificio no es uno, son dos, como un par de gemelos, uno vivo, otro muerto. En pleno centro de Bogotá, en el costado oriental de la Casa de Nariño se encuentra Fragmentos (Espacio de Arte y Memoria), el contramonumento realizado por la artista Doris Salcedo. Una casa en ruinas que fue construida en 1800, un vestigio de la vida que pasó, el esqueleto de una construcción envuelto por vidrios transparentes y paredes recién hechas. Fragmentos es una obra en sí misma. Esas ruinas, el edificio que palidece bajo la modernidad está erigido sobre una gran superficie de metal creada a partir de la fundición de las armas entregadas por la guerrilla de las Farc; 37 toneladas de armamento usado por más de medio siglo en una guerra que dejó más de 200.000 víctimas en el país. “En esta guerra todos perdimos”, dijo Salcedo cuando inauguraron el espacio en diciembre de 2018. Las armas fueron transformadas en láminas de metal. Estas fueron moldeadas a golpes de martillo por mujeres que padecieron la violencia sexual durante el conflicto. Qué bella catarsis. Qué bella obra. “A mí me interesa el arte político, todo mi trabajo se ha centrado en la violencia política, en lo que significa que quienes detentan el poder puedan destruir las vidas de otros seres humanos. Todas mis obras están íntimamente relacionadas con eso”, dice Doris Salcedo. Para ella, como para las víctimas del conflicto de este país, la guerra no fue una elección. El 6 de noviembre de 1985, el día de la toma y la retoma del Palacio de Justicia, Salcedo estaba trabajando en el Banco de la República y fue hasta la plaza debido al alboroto. Llegó antes de la violenta incursión de las tanquetas en el edificio. Lea también: A golpes de marimba se erradica el narcotráfico en el Pacífico “Como artista no elegí qué hacer. Hay una realidad que se impone de una forma brutal y yo simplemente, de la manera más humilde, obedezco a los hechos más horribles de la historia del país”, cuenta. A partir de ese momento, las obras de Salcedo comenzaron a registrar algunas de las masacres que marcaron el final de la década de los ochenta en Colombia. Su trabajo ha sido parte fundamental en la memoria de la violencia nacional. Sus instalaciones crearon una forma de enunciar el conflicto sin nombrarlo. A diferencia de la literatura colombiana que se escribió desde los ochenta hasta principios de este siglo, cuyas narraciones evocaban al menos tácitamente diversas clases de violencia: el desplazamiento, el conflicto bipartidista y, sobre todo, la disputa por la tierra, las obras de Salcedo han dejado huella del acontecer social del país sin mostrar sus principales actores. “La violencia no puede ser representada de forma evidente. Siempre he querido mostrar que algo terrible sucedió a través de los objetos cotidianos que definen nuestra vida. La violencia ha sido hiperrepresentada. Los artistas no deberíamos seguir ese camino, deberíamos tratar de dejar una memoria de lo que ocurrió. Un hecho extremo de violencia no se puede representar en el arte porque va más allá de su alcance, porque la violencia, en sí, es obscena. Lo obsceno no puede ser simbolizado”.
La obra ‘Fragmentos‘, de Doris Salcedo, está elaborada con metal fundido de las armas entregadas por la ex guerrilla de las Farc. Foto: Juan Fernando Castro. Un grito en la pared Hay una palabra común cuando se habla de arte político: el duelo. La mayoría de muestras artísticas que abordan el tema de la violencia y sobre todo las que se exhiben en lugares públicos como las plazas y los muros de las calles, hacen énfasis en una verdad que para muchos parece silenciada (nuestro pasado y nuestro presente violento). El arte les puede entregar cierta información a las personas. Información que no encontrarían en la academia o en los medios. A través del arte es posible el duelo público. Por esa posibilidad nació en marzo de 2018 la campaña ‘Lidera la vida’, una iniciativa de diversos sectores que busca proteger a los defensores de los derechos humanos haciendo énfasis en reducir la estigmatización que pesa sobre su labor. Y en enero de este año, gracias a la Consultoría para los Derechos Humanos y el Desplazamiento (Codhes), y Usaid, esa campaña se transformó en Murales lidera la vida. “Esta estrategia surgió como una forma de hacerles un homenaje a los líderes sociales asesinados en el país –cuenta Francy Barbosa, directora de comunicaciones de Codhes–. Empezamos recuperando memoria, escribiendo los nombres de los líderes que ya están muertos, realizando un conteo, pero los que seguían vivos nos pidieron que hiciéramos murales donde se contara qué es lo que ellos defienden”. Eso se pintó sobre las paredes de Bogotá, Pasto, Ibagué, Villavicencio, Cartagena y Buenaventura. “Apostamos por la protección de los líderes sociales de Colombia, rechazamos sus asesinatos sistemáticos y persistentes, y trabajamos para lograr una transformación de la política con respecto a lo que significa el papel de ellos en una sociedad democrática”, asegura Marco Romero, director de Codhes. Todos los murales son distintos. Cada uno hace alusión a los líderes de la ciudad donde se hallan. En Cartagena, Juan Pablo Cassiani, líder comunitario y juvenil que defiende los derechos de los habitantes de Playa Blanca, cuenta que a través de los murales han podido mostrar una cara distinta, “le hemos dado un significado diferente a la fortuna de ser joven. También queremos luchar por nuestra comunidad”. Puede interesarle: María Patricia Tobón, la comisionada de la verdad que da voz a las comunidades indígenas Los mensajes en estas obras van desde la defensa del medioambiente hasta ponerles rostro y nombre a las personas que intentan cambiar a sus comunidades. “A veces la gente cree que los líderes sociales son unos desocupados, pero no es así. El trabajo de ellos es arriesgar su propia vida por lograr el bienestar de los suyos”, cuenta Francy Barbosa. A Juan Pablo, por ejemplo, lo han amenazado desde 2017 y, sin embargo, sigue trabajando para realizar un festival de cine con los habitantes de Playa Blanca. Podría pensarse que los murales son solo una buena intención, una muestra visible, pintura sobre una pared. Pero los organizadores de ‘Lidera la vida’ se han propuesto, además, realizar talleres donde los vecinos que viven cerca de cada obra participen de su propia creación. Eso son los murales, credenciales de lucha, un mensaje, una voz que grita: “Nosotros somos líderes sociales, aquí estamos, esto es lo que hacemos, y resistiremos”. *Editora de HJCK.