Saramago, el gran escritor portugués, no podía entender que en un centro comercial hubiera mar. Creo que era en Estados Unidos. Habían hecho un mar, con olas y todo, bajo techo. Y le indignaba que una señora de Lisboa dijera que su último deseo en esta vida, era que al morir la cremaran y esparcieran después sus cenizas en aquel piélago de shopping mall. Vainas de Saramago. Una vez vino a almorzar a nuestra casa. Laura, mi cuñada, lo invitó. Vino con Pilar Del Río, su esposa, y era domingo. Venía el hombre de vestido de paño y corbata. Muy serio y formal, a almorzar donde lo habían invitado. Era como estar con el papá de uno, con un tío, amoroso, cuidadoso, serio, trascendental. Si me invitan, me voy elegante, para mostrar mi agradecimiento, habrá pensado. Con esas maneras, con esa forma de la gracia natural, la aristocracia natural de la gente que sabe bien de dónde viene. Pues a él, no le conmovían mucho los centros comerciales. Cuando éramos niños en Bogotá, no los había. Aquí por el norte estaba la bolera del Chicó y un cinecito en El Lago. El Teatro Almirante y el restaurante El Chiquito, en la 85 con 15. No mucho más. Después hicieron Unicentro y fue una gran cosa. Pero yo me negaba a ir. Le decía a Carmen que eso era tonto y baladí, que yo no iba. Hasta que Carmen me explicó cómo era la vida. Y por qué los centros comerciales eran buenos. Y yo entendí. Y hoy me gustan. Está todo ahí. Y es brillante y bonito. Y eso está bien. Los amplios pasajes, las vitrinas, los adornos. Es muy bueno ir. Nadie lo empuja a uno, o le grita, y es cómodo y todo está cerca. Y lo mejor, lo que me volvió gran amigo de los centros comerciales, ¡las crispetas y el cine! En los últimos 20 años deben de haberse construido en Bogotá una treintena de centros comerciales nuevos. En todos los puntos cardinales. Y lo mismo ha pasado en las demás ciudades de Colombia. Los centros comerciales son una señal, no solo del desarrollo urbanístico de una ciudad, sino de su economía. De la fuerza de la inversión y de la capacidad adquisitiva de una sociedad que poco a poco va disminuyendo la pobreza y aumentado su clase media. Eso es innegable. Tal vez Saramago estaba en contra de la compulsión a comprar cosas. O de cierta estandarización, cierta homogenización a ultranza, que sí es miedosa. Estar dentro de un centro comercial y no poder saber en qué país estamos, porque todos serían idénticos. Pero aquí, no. Aquí uno sabe sus colores y sus sabores y sus olores. Y sabe que está en Colombia. *Escritor.