Este año el fútbol femenino hizo noticia, pues a pesar de que pasa por su mejor momento, no recibe un apoyo proporcional a las victorias que ha logrado. A finales de 2018, luego de que el Atlético Huila se coronó campeón de la Copa Libertadores femenina, Yorelis Rincón –jugadora de este club y de la selección– denunció que los 55.000 dólares del premio iban a parar en las arcas del Atlético Huila masculino. Mientras Teófilo Gutiérrez, por ejemplo, gana 210 millones de pesos al mes en Junior de Barranquilla, Catalina Usme, la capitana y máxima goleadora de la Selección Colombia, gana un millón de pesos en América de Cali. El hecho encendió las alarmas y en febrero de 2019, otras jugadoras de la selección revelaron una serie de injusticias y abusos que les impedían consolidar este deporte en el país. No recibían los implementos deportivos como cualquier equipo profesional, en ocasiones tenían que jugar con uniformes masculinos, varias veces tuvieron que pagar por sus viáticos y hospedaje para participar en torneos internacionales, y recibieron salarios ínfimos al compararlos con los de los jugadores de la selección de hombres. Mientras Teófilo Gutiérrez, por ejemplo, gana 210 millones de pesos al mes en Junior de Barranquilla, Catalina Usme, la capitana y máxima goleadora de la Selección Colombia, gana un millón de pesos en América de Cali.
Con gallardía estas jóvenes alzaron su voz durante meses, se hicieron oír en un escenario dominado por los hombres, recuperaron la liga que la federación les quitó en medio de la polémica, y en agosto demostraron en la cancha por qué el fútbol femenino sí vale la pena en Colombia. El oro que se llevaron en los Juegos Panamericanos de Lima es su primer triunfo en un torneo oficial y la primera vez que un deporte de conjunto en Colombia obtiene el máximo reconocimiento en esas competencias.