En estos momentos, el mundo atraviesa una etapa de convulsión y malestar. En muchos países, miles de personas han salido a las calles a expresar su descontento con una clase política que ha hecho caso omiso a los clamores ciudadanos. Este fenómeno muestra un desencanto con la democracia liberal que, desde la caída del comunismo y de los regímenes dictatoriales a finales de la década de 1980, prometió sociedades más libres y con un mejor nivel de vida. Sin embargo, solo cumplió parcialmente sus promesas. En las últimas décadas, ha quedado patente que ciertas medidas económicas han empobrecido a un gran sector de los ciudadanos, mientras que los ricos han aumentado sus fortunas. Sin contar que en ocasiones esas políticas han venido acompañadas de recortes de derechos. Francia y Chile son casos paradigmáticos de ese descontento volcado en las calles. En ambos países, en otros años ejemplos de mostrar de la democracia liberal, las protestas y marchas han revelado inequidades económicas y problemas sociales y políticos.

En gran medida, la crisis de la democracia liberal se debe a la falta de liderazgo de la clase política, que ha perdido la conexión con sus ciudadanos y que ha dejado de oírlos. Atrás quedaron las épocas en las que el gobernante ponía en práctica medidas audaces para el bienestar de sus gobernados, como hizo Franklin D. Roosevelt al aplicar en la década de 1930 el New Deal, que sacó de la crisis económica a Estados Unidos. En la actualidad, el político tiene la imagen de ser ese personaje corrupto y egoísta que piensa solo en su interés personal y no la de un líder que piensa en el bienestar de la ciudadanía. Ese descontento con la democracia liberal también se ha expresado en Colombia, pero con una contradictoria particularidad. Según Sergio Guarín, director de Reconciliación Colombia, aquí este fenómeno de ribetes mundiales se presenta en medio de un periodo de una profunda pacificación del país. En otras palabras, la democratización ha ido de la mano de menos violencia. La apertura democrática que trajo la Constitución de 1991 ha beneficiado amplios sectores de la sociedad colombiana. Pese a ello, temas como la desigualdad y la amplia brecha entre los habitantes urbanos y los del campo,han causado ese descontento con la institucionalidad. Como en otras partes del mundo, buena parte del malestar se debe a la incapacidad de la clase política para tramitar y solucionar los problemas sociales más apremiantes de los colombianos. Y las protestas sociales lo han reflejado.

Sin embargo, como dijo el director de la revista SEMANA, Alejandro Santos, en la ceremonia de entrega del Premio Líderes 2019, no todo va mal en el país. Pese a los retos que hay en la actualidad, durante los últimos 25 años, Colombia ha demostrado una alta capacidad de resiliencia y de superar grandes obstáculos. “Somos una sociedad que no se deja doblegar ante el narcotráfico, la guerrilla o el paramilitarismo y logramos eso gracias, entre otras cosa, a los liderazgos de muchos colombianos”. En la misma línea, ese descontento con la democracia liberal y con la institucionalidad, de acuerdo con Álvaro Forero, implica “el surgimiento de un nuevo liderazgo público que lleva acciones para presionar cambios que el sistema político o las instituciones tradicionales parecieran no querer hacer”. Ese tipo de liderazgo, propositivo, constructivo, alejado de la polarización e inspirador podría dar la respuesta a la sin salida que ha planteado la crisis global de la democracia liberal. Podría revitalizarla al contribuir a solucionar los problemas a los que la clase política tradicional les ha dado largas. Por eso, este año, el Premio Líderes decidió reconocer a líderes individuales y colectivos que desde distintos sectores de la sociedad civil han tratado de resolver y poner en la agenda pública los apremiantes retos de la sociedad colombiana. Están representados en los 20 finalistas y en los 10 ganadores las luchas por la desigualdad entre hombres y mujeres, por la dignidad, por el derecho a habitar un territorio en paz, por un ambiente sano, por preservar tradiciones ancestrales, por difundir y mantener viva la historia, por defender el derecho a la educación, por promover la productividad y el desarrollo. Todos ellos han demostrado que un buen liderazgo público puede contribuir a reparar esas fisuras que hoy tiene la democracia colombiana.