Dicen los viejos manuales de periodismo que los medios de comunicación tienen tres funciones: informar, entretener y formar. La tendencia es atribuir esa tarea a la familia o a la escuela; pocas veces a otros estamentos sociales. Incluso al hablar sobre el papel formador de los medios, nos remitimos casi siempre a publicaciones, programas educativos o canales dedicados a “lo cultural” (en general de poca audiencia), mientras las cadenas de mayor sintonía se dedican primordialmente al entretenimiento y a la información. Ese viejo esquema olvida que la audiencia se forma, se malforma y se deforma en el día a día; ese entretenimiento o esa información –deliciosamente empacada en un envoltorio entretenido– cumple lenta y casi imperceptiblemente su tarea formadora: forma modelos sociales por la vía de la imitación, forma esquemas o estilos de vida con los cuales el público sueña, forma lenguajes, giros idiomáticos, expresiones que se ponen de moda; en fin, “le va dando forma” al medio social, al punto que llega a pensarse que lo que no existe en los medios no es de este mundo. Nunca, como ahora, la audiencia se vio tan agobiada por una atmósfera de información tan caótica y asfixiante, que invade todos los espacios y que, por su intensidad y frecuencia, no nos da tiempo para pensar, analizar, entender, ni mucho menos sentir la trascendencia de lo que está sucediendo. Y es ahí donde resulta útil para el ciudadano contar con el comunicador, el periodista, el medio responsable que no se limite a informar sobre lo que pasa, sino que también le aporte elementos para que analice por qué sucede, qué consecuencias pueden derivarse de tal acontecimiento, cómo remediar sus efectos y cómo prepararse para evitar repercusiones dañinas. Está claro que para elaborar bien una noticia debemos observar, investigar, indagar, dudar, corroborar, confrontar fuentes. Pero para informar sobre la niñez hay que agregar un verbo a esa lista: empatizar, es decir, identificarse desde la dimensión humana con ese niño o niña del que vamos a hablar, con un cuidado mucho mayor que cuando nos referimos a otros asuntos, porque se trata de personas en el comienzo de su vida, donde cualquier vulneración puede resultar dañina para su desarrollo. Podríamos correr el riesgo –dirán algunos– de perder la objetividad; pero tratándose de un niño, estoy segura de que ni la más cruda realidad es ajena a circunstancias que merecen ser miradas con afecto y compasión. Sí, compasión y no lástima o explotación irrespetuosa de la miseria y marginalidad de los hechos que involucran a la niñez y que son del interés de los medios. Sin escándalo Quizá lo más preocupante es que tanto en los diarios y las revistas, como en la radio y la televisión, ocupen un lugar más destacado las noticias sobre hechos escandalosos, que muchas veces son solo un mero registro que alimenta el morbo, sin análisis de sus causas y sin tener en cuenta los derechos vulnerados al niño o al adolescente, bien sea víctima, protagonista o testigo del hecho. Menuda responsabilidad la de informar sin lesionar los derechos humanos, en especial los de la infancia; no cometer errores jurídicos, sin ser abogados; no perjudicar la salud emocional de los niños, sin ser psiquiatras, ni psicólogos; no atentar contra los valores de la sociedad, sin ser sociólogos; promover el bienestar de la comunidad, sin ser sacerdotes ni pastores, ni políticos, ni líderes comunales, ni trabajadores sociales. Y agreguémosle a todo esto que, al consultar cada fuente, hay que cerciorarse de que no tengan intereses creados frente al asunto y puedan aportar objetivamente al análisis del hecho. Se dirá que debido a la inmediatez y a la fugacidad de las noticias en la actualidad, eso de contextualizar y profundizar nos lleva a serios cuestionamientos de nuestro modelo de sociedad y es tarea de columnistas y editorialistas; pero alguien debe asumirla, si queremos generar conciencia y corrientes de opinión que empaticen con la situación de la niñez, en especial de la más vulnerable. Lea también: ¿Cómo debe ser el uso de dispositivos tecnológicos durante la infancia? Ahora que se ha venido diluyendo la frontera entre productores y consumidores de información y cualquier ciudadano puede publicar sus propios contenidos a través de la web, el panorama se hace cada vez más complejo, y más grande el reto para los medios organizados y los periodistas profesionales. En ese escenario cobran sentido esfuerzos como esta edición especial de SEMANA o el programa En familia, de Caracol Radio, que dirijo desde hace más de diez años: un espacio donde confluyen la responsabilidad social del medio radial y la necesidad del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar de apoyarse en los medios masivos de comunicación para aumentar el alcance de su tarea; pero que no por ello tiene la categoría de programa institucional, ya que ha sido un escenario para concretar la llamada corresponsabilidad frente a la niñez. Allí están, por supuesto, los temas de política pública, pero también y cada vez con más fuerza, los asuntos que le interesan a la audiencia, las preocupaciones de sus vivencias familiares, a las cuales tratamos de buscar respuesta, siempre apoyados en las investigaciones de universidades y profesionales especializados en el estudio de la familia, no solo en Colombia, sino en otros países. Ahora que hace curso en el Congreso de la República el proyecto de ley que busca prohibir el castigo físico y el trato humillante a los niños, necesitamos medios y periodistas comprometidos no solo con la información, sino con la pedagogía al respecto, para ayudar a modificar la práctica cultural de una sociedad que aunque ya condena que los líos de pareja se resuelvan a golpes, o entienda que un jefe no puede maltratar a su empleado, todavía acepta que utilicemos esos sistemas para “educar” a un niño. *Periodista y directora del programa radial En familia.