¡Es jugo de mora! Eso gritó la profesora de religión el día que Marta, una de mis compañeras, se manchó por primera vez la falda del uniforme. Por supuesto nadie lo creyó. La niña estaba avergonzada (fue en pleno recreo), la profesora estaba más roja que el jugo de mora y mis compañeros se reían tímidamente porque sospechaban la verdad. Pero nadie dijo nada; ninguno se atrevió a decir la palabra que parecía prohibida: menstruación. Esta historia no solo le ha ocurrido a Marta. Como explica Diana Sierra, diseñadora industrial y creadora de Be Girl, una organización dedicada a la educación menstrual, especialmente en África, “la sangre menstrual tiene una connotación muy negativa: es vista como algo pecaminoso, sucio. Entonces cuando alguien está menstruando se le considera impura, casi que una maldición andante”. Y de esta visión se originan otras: que las mujeres no pueden pasar por ojos de agua, que no pueden tocar alimentos, que están enfermas, que es mejor que estén aisladas o que no se bañen. Pero quizá lo más común es que del repudio a la sangre nazca el miedo a mancharse, un sentimiento que genera deserción escolar y falta de concentración en el colegio por parte de las niñas, especialmente en el caso de las más pobres porque muchas veces no pueden acceder a artículos higiénicos para sentirse más seguras. Y las cifras lo demuestran. Según un estudio realizado por Unicef en 2016, sobre la higiene menstrual de 204 niñas de las escuelas de la zona rural del Pacífico colombiano, una de cada cuatro encuestadas había faltado a la escuela alguna vez por causa de la menstruación. De ellas, el 86 por ciento refirieron que los cólicos menstruales eran la principal razón por la que se habían ausentado, el 28 por ciento por incomodidad y miedo a mancharse, y el 4 por ciento por falta de toallas higiénicas. Además varias de ellas manifestaron que habían faltado a clases porque no tienen un lugar privado y adecuado para hacer el cambio de material higiénico. El problema no es solo la inasistencia: el 40,2 por ciento de las niñas y jóvenes contó que su concentración disminuía en las clases y el 38,8 por ciento prefería no pasar al tablero porque está más expuesta a las miradas. “Si estás estresada y angustiada en un pupitre durante ocho horas hay mucha presión que no te permite atender con todas tus capacidades, entonces empiezas a atrasarte y puedes llegar a perder el año”, agrega Sierra. Esta, sin embargo, no es una situación que se limite a los contextos rurales. Isis Tíjaro, antropóloga y educadora menstrual, lo explica. “En Bogotá encuentras lo mismo que en el campo o que en Santa Marta. Realmente los códigos culturales alrededor de la menstruación nos atraviesan a todas. No es un tema de acceso a educación superior o primaria. No importa cuántas maestrías tuviste: las mujeres no tienen conocimiento de dónde viene su sangre menstrual”. De hecho, en el estudio de Unicef el 45 por ciento de las encuestadas dijo no saber de dónde proviene el sangrado menstrual. Lea también: La importancia de garantizar el derecho a la salud sexual y reproductiva Para cambiar este imaginario las propuestas son múltiples. Después de varios años de trabajar por el acceso a la ropa interior en África, Diana Sierra diseñó en 2016 el Smart Cycle, un reloj didáctico que simplifica el ciclo menstrual y que permite llevar mediciones exactas. Esta herramienta ha sido introducida en Mozambique, otros países africanos y llegó a 500 niños y niñas en Bogotá y Cartagena. Por su parte, Isis Tíjaro tiene un programa de educación menstrual desde hace diez años que se dirige, en sus diferentes formas, a niñas, niños, madres y hasta padres solteros. Trabaja en la planeación de una agenda de derechos menstruales desde la importancia del acceso al agua potable y al alcantarillado para dignificar la experiencia menstrual. También publicó en 2018 una cartilla –escrita e ilustrada por ella– dirigida a madres e hijas. Y está a punto de lanzar un concurso nacional sobre narrativas menstruales. Sierra y Tíjaro coinciden en que lo importante es hablar del tema, que las niñas –y los niños– conozcan la menstruación, sepan que es natural, que no es una enfermedad y que importa. “La educación sobre la menstruación –dice Tíjaro– dignifica la vida de las personas. Cuando una comunidad empieza a entender y naturalizar los diálogos, la autoestima de las niñas se fortalece porque entienden que no tienen cuerpos defectuosos y empiezan a generar autonomía sobre él y, luego, sobre su sexualidad”. A Marta le hubiese encantado saber esto. *Periodista de los especiales Regionales de SEMANA.