La fascinación por el universo infantil me ha acompañado desde siempre. La espontaneidad que tienen los niños cuando se enganchan y se emocionan con una historia es lo que más me interesa de este oficio, al que me dedico desde hace más de diez años. Con el cortometraje El pescador de estrellas (2007), les rendimos un tributo a la imaginación infantil y a la tradición oral del Pacífico colombiano. La historia tuvo como escenario las playas de Piangüita, en Buenaventura, y narra la historia de amor entre Segundo y Juana María, su compañera de clase. El corto fue presentado en festivales de todo el mundo y en esos viajes descubrí un gran movimiento de realizadores, productores y profesionales de lo audiovisual, que están dedicados a la creación de contenidos de calidad para la infancia. Eso me inspiró para tratar de hacer lo mismo aquí, desde la televisión educativa y cultural, un reto muy grande porque la industria nacional parece solo interesada en los productos comerciales. He visto cómo varios programas infantiles tratan a los niños de manera utilitaria, fabrican un entretenimiento que no aporta mucho más que eso, olvidan la enorme responsabilidad que tenemos como productores de contenido y desaprovechan las posibilidades de las plataformas a las que accedemos. Por eso mi exploración, al lado de las personas con las que he trabajado, se enfoca en la creación de historias que quieren ser divertidas y emocionantes, pero tienen otro objetivo: aportar al desarrollo social y afectivo de nuestra audiencia. Y quiero creer que lo hemos logrado. El proyecto audiovisual más exitoso en el que he trabajado es Guillermina y Candelario. Es una serie animada que se ha emitido durante diez años a través de Señal Colombia y Telepacífico. Toda una década condensada en cinco temporadas de historias que son universales pero se desarrollan en un contexto regional único, el Pacífico colombiano. Sus protagonistas afrodescendientes viven en una playa de la región y hablan con un acento mucho más natural que neutral. Este aporte de diversidad ha permitido que, a pesar de ser muy local, la historia haya tenido resonancia y aceptación internacional y que hoy se emita en más de cinco países de América Latina y Estados Unidos. Lea también: Con Maguaré y MaguaRED internet es cosa de niños Otra apuesta por aprovechar el potencial educativo de los productos audiovisuales fue El libro de Lila, un largometraje infantil que explora el mundo de la protagonista que le da el nombre a la película. Ella es un personaje literario que cae en el olvido porque los niños ya no leen. Quisimos abordar y hacer evidente esa problemática, el cambio en los hábitos de lectura en los chicos, que hoy pasan cada vez más tiempo frente a las pantallas de los celulares, las tabletas y los computadores, y menos ante las páginas de los libros. La película se estrenó en 2017 en las salas de cine colombianas y fue exhibida en festivales internacionales, lo que desde mi punto de vista confirmó que el mercado local tiene mucho que ofrecer para este nicho. En Colombia tenemos todo para ser potencia en la creación de series animadas infantiles. Puede que a veces sea difícil salirse del estándar comercial que ha establecido la televisión por cable –que ofrece lo mismo de siempre–, pero si queremos alejarnos de ese modelo debemos destacarnos en la diversidad de la representación, y uno de nuestros valores agregados debe ser la intención educativa, allí están las claves de nuestros productos audiovisuales. * Directora de proyectos de Fosfenos Media, productora audiovisual especializada en contenidos infantiles y juveniles.