La compra y venta de libros es quizás una de las tradiciones más antiguas de la humanidad. Seguramente es una práctica que existe desde que existen los libros y desde que existen los hombres: es difícil imaginar a los unos sin los otros, es decir, concebir la existencia humana, en su sentido más profundo y completo, sin la literatura y los libros. Inscripciones, garabatos, palabras, jeroglíficos, simples símbolos o signos esbozados en un papel, en una tablilla de boj, en un papiro o en cualquier superficie que sea susceptible de guardarlos, así sea por un breve período de tiempo, deben haber acompañado a la humanidad desde que ésta dio sus primeros pasos sobre la tierra.Lea también sobre la librería inspirada en Alicia en el país de las maravillas.Y así como los libros, desde su formato más primitivo y sencillo hasta sus versiones más estilizadas y sofisticadas, han acompañado desde siempre al hombre, la compraventa de libros nuevos y usados debe haber existido durante ese mismo tiempo, pues si los libros han existido desde siempre en la vida de los hombres, lo mismo se puede decir, quizás con más seguridad, del comercio.La historia del librero que descubrió su profesión desde antes de leer.A esta venerable y antigua tradición decidieron sumarse hace casi diecisiete años –más exactamente, en diciembre de 1998– cuatro colombianos en el barrio Quinta Camacho de Bogotá: María Luisa Ortega, Claudia Cadena Silva, Camilo Delgado y Álvaro Castillo, cuatro amigos que se reunieron en torno al deseo de abrir una librería de libros usados. Éste último, Álvaro, el principal librero de San Librario, ya había incursionado en el oficio de librero diez años antes, desde que salió de la universidad a los 19 años, por lo cual completa ya la módica suma de veintisiete años curtiéndose en lo que caracteriza como “su vocación”, pues dice que decidió ser librero desde que tiene memoria.Azarosamente, por lo que sabemos, pues Álvaro no recuerda a quién se le ocurrió, surgió un nombre entre ellos que pronto habría de adornar la fachada de esa casa – más exactamente, de la sala de esa casa – que ellos adecuaron para cumplir con su proyecto: San Librario.Destaco el carácter azaroso del origen del nombre porque me parece que si algo diferencia una librería de libros usados de una librería de cadena o una de distribución masiva es justamente el papel que juega el azar en la vida de la primera: mientras que en las otras la llegada de cada libro y de su numero de hermanos gemelos está determinada de antemano, en una librería de libros usados el azar se encarga de decidir qué libros llegan a sus estantes.Digamos que un familiar ha muerto o que un amante ha partido para siempre y ha dejado atrás una caja de libros que poco interesan a sus seres cercanos, aunque en ella seguramente hay objetos que constituyen tesoros para desconocidos: es el azar el encargado de que esos libros lleguen a San Librario, donde ese desconocido podrá descubrir el ejemplar de la edición remota que soñaba tener desde que era niño. En cierta medida, San Librario es uno de esos puentes azarosos encargados de mediar la transición entre un antiguo lector y un nuevo lector, un antiguo propietario desencantado y un nuevo propietario recién enamorado y entusiasmado por la presencia de su nueva adquisición. Oficio antiguo, venerable y, en mi opinión, inmensamente valioso.Lo que sí no resulta azaroso y constituye una de las particularidades más bonitas de San Librario es la especialización que ha escogido como parte de su identidad: la valiente decisión de concentrarse en adquirir y vender libros de poesía. Cuando se piensa en la compraventa de libros se suele pensar en la descuidada e irreflexiva acumulación de libros tediosos, de libros de texto, de manuales y descartes que no han encontrado su sitio en la biblioteca de ninguna casa o de ninguna institución. Nada más lejano de los anaqueles de San Librario, que están llenos de libros de “difícil consecución”, particularmente de poesía y de literatura universal. Dirección: Calle 70 #12-48 Teléfono: 2110568