SEMANA: ¿Cuál fue la primera impresión que tuvo de Medellín?LEILA GUERRIERO: Recuerdo que fui a dar una charla con la periodista Patricia Nieto, y cuando terminamos se subió al escenario un señor que me regaló un libro y me dijo que era el socio de Héctor Abad Faciolince en la librería Palinuro. Resultó ser el escritor Luis Alberto Arango, y desde ese momento cada vez que voy, me lo encuentro. Para mí, Medellín es eso: Luis, Héctor Abad, el cariño, el entusiasmo y la devoción de la gente, no por mí, sino por la escritura.SEMANA: En una de sus visitas más recientes presentó su libro ‘Propiedades metálicas’ para el programa ‘Palabras Rodantes’, que promueve la distribución gratuita de libros en el Metro de Medellín. ¿Qué la motivó a aceptar esta invitación?L.G.: Aunque me dicen que el nivel de devolución no es tan alto, esto de soltar un libro me parece una muy linda idea para fomentar la lectura. Supongo que lo que escribo no es tan masivo, así que para mí todo fue ganancia. Son tres o cuatro crónicas sueltas, dando vueltas por allí sin que la gente tenga que pagar, una idea casi poética y una forma de darle algo a una ciudad que quiero mucho.SEMANA: ¿Cree que la violencia y el narcotráfico se han convertido en una especie de lugar común en las historias que se narran sobre Medellín?L.G.: Creo que son historias que deben ser visibilizadas, la pregunta es: ¿cómo se hace para que no sean naturalizadas y que no sean el único relato de la realidad? El problema es que se transformen en música de ascensor, creo que ahí el desafío es contarlo todo como si fuera la primera vez. La negación es lo último que tiene que hacer un periodista.SEMANA: ¿Qué crónica le gustaría escribir sobre Medellín?L.G.: En uno de los últimos viajes que hice me llevaron a una escuela en la Comuna 13, como parte del programa ‘Adopta a un autor’. Algunos estudiantes prepararon textos, y uno de ellos le pidió a otra compañera que leyera lo que él escribió. Era la historia de un chico que perdió a su madre, el padre lo abandonó, su hermana menor era consumidora de bazuco (droga de bajo costo similar al crack), su hermano gemelo estaba en las mismas y él vivía con una especie de tutora, practicaba capoeira y parkour y su sueño era ser filósofo. El autor era un chico que me había dicho que le gustaba leer, aunque no tenía posibilidad de comprar libros, entonces los bajaba en su teléfono. Le pedí su correo y supe que se hace llamar Yidis. Escribí una columna en El País de España que se titula ‘Vida de uno’, contando brevemente su vida. Termina diciendo “y aquí estoy yo, escribiendo sobre Yidis, y ahí están ustedes, leyendo sobre él. Y eso es todo lo que hacemos: no hacemos nada”. Como periodista me encantaría contar esa historia.*Periodista.