Entender las dinámicas de un parque lineal puede ser un reto, sobre todo porque lo común es concebir estos espacios en terrenos circulares o cuadrados. La famosa Ronda del Sinú es una excepción. Es un lugar fuera de lo común, entre otras muchas razones, porque al construirlo en 2005 la ciudad evitó situaciones que atentaban contra la calidad de vida del río Sinú y de los monterianos, como el microtráfico, la contaminación de las aguas por desperdicios de la pesca y la degradación de la comunidad, especialmente en lo que concernía a las calles 36 y 38.Hoy, este parque sirve de pulmón turístico y ambiental de Montería. En Colombia no hay otro igual y recorrerlo permite encontrarse con una ciudad que hizo las paces con sus recursos naturales y a la vez, consigo misma. “Hay que conocer la Ronda porque ella sintetiza a Montería y a su gente. Un lugar tranquilo donde todos conviven bien”, expresa Fernando Durango, un monteriano pensionado que visita casi a diario este lugar para leer el periódico.Diversidad al andarNo es posible conocer Montería sin recorrer la Ronda. El paseo comienza en la calle 21 y termina en la 38. Ese trayecto de 18 cuadras puede realizarse en bicicleta por su ciclorruta, en patines o a pie. El puente Gustavo Rojas Pinilla, más conocido como Puente Metálico, adorna la calle 21. Caminar por ahí, a orillas del Sinú, es una experiencia serena. Si es domingo, lo más probable es que haya personas pescando por diversión. Los verdaderos pescadores trabajan toda la semana y descansan ese día.Desde la calle 21 hasta la 23 está la zona ecológica que resguarda una amplia variedad de flora y fauna característica del departamento. A partir de ese punto las protagonistas son las iguanas, que nunca pasan inadvertidas aunque intenten camuflarse entre el césped. Lo mismo sucede con las ardillas, tan cafés como las ramas de los árboles de roble que les sirven de corredores.El roble abunda más que ninguna otra especie en el parque y en el departamento de Córdoba. La Ronda alberga cotorras, pericos y otras aves, además del oso perezoso y diversas especies de primates que en muchas ocasiones se cuelgan de las ramas a la espera de caminantes que les ofrezcan frutas –adoran los bananos–.Más adelante, desde miradores estratégicos es posible apreciar el paisaje sinuano, cálido, húmedo, verde. El de la calle 23 se dirige a un embarcadero que conecta con uno de los característicos y emblemáticos planchones, que transportan pasajeros entre las márgenes izquierda y derecha del río, de seis de la mañana a diez de la noche. Ese domingo a un usuario lo dejó un planchón y esperó 12 minutos hasta que fuera y volviera. “Hace mucho sol para caminar hasta el puente. Pero bueno, afán no hay”, comentó.
Foto: Esteban VegaJustamente, cruzar el Sinú en un planchón es uno de los atractivos del lugar. “Cuesta 600 barras”, explicó el piloto de una de esas embarcaciones. Las hay de varios colores y tonos, de hecho, combinan muy bien con el terracota del río. A partir de ahí, los matices se involucran más con el paisaje.La zona cultural va de la calle 24 a la 28. En ese punto hay más gente en el parque. Está el fotógrafo que ofrece a los niños la ilusión de lucir como vaqueros, la señora que vende mango biche y la que exhibe artesanías. La gente transita por un corredor de dos metros de ancho como si mirara vitrinas, solo que al aire libre.Entonces aparece un teatrino, que ese domingo albergaba a unas 200 personas en misa, aunque usualmente es escenario de obras de teatro y bailes; también un auditorio donde se realizan cuatro veces al año exposiciones del Museo Zenú de Arte Contemporáneo (Muzac). El lugar está al tope, y visitarlo el fin de semana es uno de los planes más atractivos para monterianos y turistas.En la Ronda todos tienen lugar. Los niños prefieren la zona de recreación activa por sus atracciones, restaurantes, heladerías y locales de malteadas. Jóvenes y adultos se ejercitan en las mañanas y al atardecer en las áreas biosaludables.Pero, en general, la gente disfruta pasear por la Ronda para “coger fresco”, como dice Jaime Ariza, comerciante paisa y monteriano por adopción: “Me gusta estar aquí, se vende bien y la gente es buena”. Él negocia con globos por la ciclorruta, un carril cercano al Sinú y donde la brisa es amable, diferente a la del mar, pues va a la par del discurrir del río.Mientras tanto, seis chicos en pantaloneta se las ingenian para tomarse videos haciendo trucos en bicicleta. Luego, sin dejar de hacer chanzas, se dirigen hacia la zona artesanal y de renovación, el último tramo.En la mitad de este sector los árboles y las palmeras dan buena sombra, alivian el sofocante calor. Las últimas cuadras le pertenecen a un muelle y a la Plazoleta Cultural del Sinú, con bancas, arbolitos y la escultura en honor al porro que inmortaliza a la mítica María Varilla, inspiradora de una de las canciones más conocidas y bailadas en la región.Desde ahí, donde el camino de la Ronda llega a su fin de sur a norte, se ve muy cerca el Puente Segundo Centenario que une las dos márgenes del Sinú. Aquí muchas personas se sientan en las gradas del muelle y observan con placer el entorno grato, renovado, el nuevo sello de una ciudad que emerge.