Una de cada cuatro personas en Colombia vive en zonas rurales y de estas la mitad son mujeres que dedican una parte importante de su tiempo a actividades de autoconsumo: desde construir una vivienda hasta criar animales o fabricar sus propias prendas de vestir. Para muchas de ellas este es su único trabajo, y a pesar de no ser remunerado con él contribuyen al sostenimiento de su familia. En el campo colombiano, mientras siete de cada diez hombres participan en el mercado laboral, solo cuatro de cada diez mujeres lo hacen. Una brecha bastante grande en la que vale la pena detenerse, pues esto significa que el dinamismo que le están dando a la vida rural no es reconocido en términos económicos. Soportan una carga significativa a cambio de muy poco. Según la Encuesta Nacional de Uso del Tiempo (ENUT-2016/17) del Dane únicamente el 19 por ciento de los hombres invierte tiempo en labores relacionadas con el autoconsumo, pero a diferencia de las mujeres que les dedican a estas un promedio de una hora diaria, ellos le otorgan unas dos horas al día. Si las mujeres rurales participan poco en el mercado laboral y no todas se dedican a actividades de autoconsumo y las que lo hacen únicamente le invierten una pequeña parte de su día, ¿en qué gastan el resto de su tiempo? La respuesta es sencilla: cuidan del hogar y de sus familias. Con cálculos hechos a partir de la ENUT, es posible establecer que en promedio están tres horas diarias concentradas únicamente en sus hijos. Cuando son menores de 3 años, 60 por ciento de estas madres se dedica a su cuidado y 42 por ciento de los hombres participa de esta labor. Si en el hogar vive un adulto mayor o una persona dependiente, 10 por ciento de las mujeres se encarga de su cuidado. En el caso de los hombres solo 2 por ciento lo hace. En cuanto al aprovisionamiento de la casa, de acuerdo con estadísticas del Ministerio de Agricultura, 82 por ciento de las mujeres son las que suministran los alimentos, 79 por ciento se ocupa de actividades de mantenimiento del hogar y 52 por ciento se responsabiliza por el cuidado de la ropa de todos los miembros de la familia. Estos datos lo único que hacen es ratificar lo que sabemos: ellas son primordiales para la vida y las dinámicas del campo. Infortunadamente su esfuerzo es poco reconocido. La razón no es otra que la mayoría de las actividades a las que se dedican son clasificadas técnicamente como trabajo no remunerado y por eso no están incluidas en los principales indicadores del mercado laboral del gobierno (la economista Cecilia López lo explica mejor en la página 44). No es nuevo. Esto ha sido así durante décadas. Solo hasta 2012, cuando el Dane realizó la primera versión de la ENUT fue posible dimensionar la magnitud de esa labor que exige sacrificio, da frutos pero aún no es valorada en términos económicos. Por eso resulta tan necesario hacer más visible la realidad de las mujeres rurales. El discurso y las acciones en torno a sus derechos y empoderamiento no pueden olvidar que ellas ya hacen un aporte fundamental al desarrollo de los hogares en estas zonas del país. Deben reconocerlo y contribuir a cerrar las brechas que todavía existen.