Durante el siglo XXI no ha habido un año más inspirador para las mujeres que 2018. Ha sido una época de contrastes, de movilizaciones y de denuncia. Las mujeres han demostrado que, a pesar de reconocer que hay un camino lleno de desventajas, el miedo ya no las acompaña. El machismo sigue ahí, vivo y feroz, pero combatirlo se convirtió en una lucha diaria, en una pelea por la autonomía, en una búsqueda constante de libertad.  La fuerza que ha tomado el movimiento comenzó con el inesperado #MeToo (#YoTambién), justo hace un año, después de la denuncia de agresión y acoso sexual de famosas actrices estadounidenses contra el productor de cine Harvey Weinstein. Desde entonces, sus efectos no han parado: cientos de mujeres denunciaron sus casos de violencia ante el mundo, otras decidieron agruparse en colectivos para apoyar a las víctimas. En las ceremonias de Hollywood, y más tarde en las calles, se hablaba de género, de reivindicación de derechos, de la imperiosa necesidad de erradicar de una vez por todas el machismo. Llegó el 8 de marzo y la solidaridad se tomó las calles. Ríos de personas fueron hasta las avenidas y plazas de grandes ciudades como Barcelona, París y Sao Pablo, con arengas y pancartas que enumeraban una larga lista de desigualdades. Nunca antes una marcha de la mujer había sido tan masiva. Colombia tampoco se alejó de los debates de género. La Corte Constitucional rechazó la ponencia de la magistrada Cristina Pardo y decidió no poner límite a los tres casos del aborto aprobados en 2006. Esta vez las mujeres pudieron proteger un derecho adquirido. María Paula Toro, del blog feminista Siete Polas, asegura que las luchas que lideran las mujeres hoy pueden agruparse en la bolsa de la autonomía sobre el cuerpo: “Todo se desprende de la necesidad y reclamo por ser independientes y decidir sobre nuestras vidas”. Al respecto, el cambio en los últimos años ha sido extraordinario en comparación con la época de nuestras abuelas: “Colombia sigue siendo un país machista, pero hoy muchas tenemos la posibilidad de ser lo que queramos y estamos protegidas por derechos, en su mayoría impulsados por la Corte Constitucional”.  Toro se refiere, principalmente, a sentencias judiciales y leyes recientes, que han sido claves para frenar la desigualdad y que, por lo menos en el papel, demuestran que hay un Estado de derecho que pretende protegernos: la legalización del aborto, la Ley 1257, que previene y sanciona la violencia de género; la Ley Rosa Elvira Cely, que tipifica el feminicidio; la Ley Natalia Ponce de León, que logró que los ataques con ácido se catalogaran como delito autónomo y no como lesiones personales, entre muchas otras. Viviana Bohórquez, abogada y activista de derechos humanos, resalta que si bien existe un buen marco legislativo hay fallas en la implementación. De acuerdo con Medicina Legal, en lo corrido de este año, 1.724 mujeres han sido asesinadas y 10.328 maltratadas, es decir, un promedio de 57 casos diarios. La explicación a esta realidad, según Mónica Roa, abogada y defensora de derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, está en la ausencia de un cambio social a partir de dos factores: el judicial/legislativo y la modificación de nuestros valores. “Hay que apostarle al trabajo de sensibilización, identificación de estrategias que funcionan, buscar experiencias exitosas, hacer seguimiento a las políticas públicas”, agrega la activista. La escritora Gloria Esquivel señala que para esa transformación también urge establecer normas básicas de debate, que alejen la moral y la religión de la mesa. Se ha logrado en el ámbito legal, pero no en la agenda pública. Por supuesto, reconoce que una de las grandes conquistas de esta generación ha sido tomarse esa esfera y hablar abiertamente de desigualdad. Camila Pérez, integrante de Siete Polas, es más optimista y resalta el aumento de la participación de la mujer en la política: durante las pasadas elecciones presidenciales la mayoría de las fórmulas vicepresidenciales eran mujeres y hay una Ley de Cuotas. Sin embargo, de las 258 curules en el Congreso, solo 56 son femeninas.  Pérez también menciona la brecha salarial entre hombres y mujeres, y el conocido “techo de cristal”, es decir, la limitación del ascenso laboral en las organizaciones. Para esta ingeniera, esa es, sin duda, una de las grandes luchas actuales, sobre todo en Colombia, donde las asalariadas, aunque tienen más años de educación, ganan 7 por ciento menos al mes que sus pares hombres, y las independientes, un 35,8 por ciento menos, de acuerdo con un estudio de la Universidad Jorge Tadeo Lozano. Más unidas y conscientes Si bien ha habido un despertar, es momento de pasar al siguiente nivel: la unión. Falta un trabajo más comunitario para integrar a diversas poblaciones y generaciones: “Nuestro feminismo está en posiciones estratégicas, pero no es masivo. Aunque sin duda está en su mejor momento histórico y hay inspiración de todos lados”, puntualiza Bohórquez, quien cree que en Colombia aún falta empatía y comprender que lo colectivo tiene un profundo poder transformador.  Esquivel agrega que la tarea de quienes tienen el privilegio de poder expresarse públicamente es empezar a hablar sin miedo: “Los micrófonos deben abrirse para debatir, para explicar, para evidenciar las desigualdades que nos rodean. No podemos desaprovechar estos espacios”.  Estamos en un periodo trascendental, empieza a gestarse una nueva generación, más fuerte y consciente de sus derechos. Durante siglos las mujeres se han acostumbrado a resistir y ahora, después de ver su poder movilizador, no están dispuestas a callar.