Las mujeres no necesitamos más moldes. Lo hemos intentado todo: nos quitamos y ponemos, nos ajustamos a lo que digan. Cuando creímos que la meta era un cuerpo delgado, apareció el fitness y nos contó una nueva historia de salud y deporte, como la nueva frontera. Casi ninguna mujer cumple con los estándares de belleza que va imponiendo la cultura; estas creaciones son como nubes que no atrapamos porque nunca han estado basadas en nuestra realidad. Perseguimos ‘la belleza’ porque la consideramos la puerta de entrada a lo mejor que tiene el mundo para ofrecernos. Queremos pertenecer y jugar el juego; finalmente, ser flaca es un símbolo de estatus y de control. El problema es que la mujer que creyó en estas fabricaciones dejó el verdadero beneficio que su cuerpo le ofrece. Intentó encajar y se perdió de ella misma. Creyó que su apariencia habla sobre su valor como mujer y se divorció de una verdad incontrovertible: su cuerpo es suficiente, así como es. Más allá de la belleza, el cuerpo es una guía y un mapa. Él nos dice cómo navegar el mundo, cómo sentir, qué comer y cuándo parar. Porque comer desde el cuerpo es escuchar directamente al experto de los expertos; en cambio, comer desde la mente y sus ideas sobre lo que ‘debería’ ser se traduce en confusión y en la constante necesidad de buscar respuestas afuera, en el mar revuelto de promesas y dietas. Una mujer es todo lo que necesita ser. El cambio y el progreso son bienvenidos, claro, pero odiarse para amarse nunca ha funcionado. Debemos ir hondo y silenciar la mente, tenemos lo necesario para embarcarnos en un viaje de reconquista, aun cuando la cultura nos bombardee con mensajes contradictorios. A mí me pasó, por años no supe cómo comer. Oscilaba en un péndulo de restricción y descontrol. Además, no sentía que mi cuerpo encajara. Un día sucedió algo maravilloso y me agoté. Dejé de vivir en el futuro que me prometían las dietas y reclamé mi cuerpo y, con él, mi presente. Tuve el coraje para no trivializar la manera como los moldes reducen a las mujeres, aun cuando todo el asunto está tan normalizado que ni lo vemos. Ni la belleza ni la salud son moldes. Tampoco son estrategias de mercadeo, puntos fijos o conceptos absolutos. Son experiencias íntimas, llenas de color y matices. Si queremos reencontrarnos con una verdadera belleza o con nuestra capacidad para sentirnos bien, veamos la riqueza que somos. Profundicemos en nuestros procesos y luchas, en nuestro coraje y vulnerabilidad. Si miramos bien, vemos más y todos ganamos.