¿Qué sucede en Colombia en materia de puertos? Sin el ánimo de entrar en análisis detallados, que no son el propósito de estas pocas líneas, pudiéramos repetir lo que ha venido informando, en esencia, la prensa nacional: problemas muy serios con el dragado en dos de sus principales puertos, el de Barranquilla, en el Caribe, y el de Buenaventura, en el Pacífico. Ambos requieren de medidas urgentes del Gobierno nacional para su adecuación, y aunque es deseable que se logre su recuperación en condiciones óptimas, es muy difícil pensar que en el corto plazo se pondrán al día con las necesidades de los grandes megabarcos que surcan los mares, y con aquellos aún más grandes, que pronto estarán navegando. Por otra parte, y como una excepción, tenemos el caso del Grupo Puerto de Cartagena que, tras un esfuerzo sostenido de más de dos décadas, ha integrado la tecnología de punta y logrado mediante una cuantiosa inversión estar en capacidad de recibir los grandes barcos que cruzan el Canal de Panamá. Curiosamente, digo, después de semejante conquista, uno de los problemas que enfrenta hacia futuro, de potenciales consecuencias muy delicadas, es el de la reestructuración y revitalización de nuestro pequeño Canal del Dique para de una vez por todas evitar el problema de la sedimentación de la bahía y otros no menos importantes. El Grupo Puerto de Cartagena está a punto de sobrepasar la barrera de 3 millones y medio de contenedores al año en el tráfico de carga, que lo ubicaría en el segundo o tercer lugar en América Latina. De este gran logro se benefician, sobre todo, la industria colombiana y el comercio en general, y de una forma tan positiva que valdría la pena hacer el análisis contrafactual de cómo se encarecería nuestro comercio exterior si no tuviéramos las ventajas que ofrece, por su eficiencia y nivel de competitividad, el Grupo Puerto de Cartagena. A diferencia de Panamá, sin embargo, en Colombia, por la curiosa psicología interiorana que ha predominado por siglos, los asuntos marítimos no parecen ser una prioridad en las urgencias del Estado colombiano. No constituye, por ejemplo, motivo central de reflexión en nuestro Parlamento al discutir los asuntos de la economía nacional ni ha merecido ser objeto de relevante preocupación por parte de la generalidad de los gobiernos colombianos, con una que otra loable y transitoria excepción. Es una verdad de Perogrullo afirmar que los puertos marítimos constituyen una pieza clave de la prosperidad de los países. No lo es, por el contrario, decir que hoy se libra una intensísima competencia entre ellos, a la par de una verdadera reingeniería en la industria de los transportes marítimos, acompañada de cuantiosas inversiones en dragados y tecnologías propias de la cuarta revolución industrial en la escena portuaria. No cuidar con esmero la salud de sus puertos es, por decir lo menos, un acto de gran torpeza. Y no hacerlo en el caso del de Cartagena, que tan altos desarrollos ha alcanzado, es algo peor que una simple torpeza. El mundo se transforma a velocidades nunca vistas. Seguirles el paso a esas transformaciones no es fácil en un país como el nuestro que atraviesa por grandes dificultades. Tenemos, no obstante, muchas cosas positivas para enfrentar los desafíos de la economía global. Lo grave muchas veces es que no las vemos a pesar de que están ante nuestros ojos. Somos, en realidad, un país privilegiado por la naturaleza y por la calidad del trabajo de millones de colombianos. El puerto es también un ejemplo en ambos aspectos. La bahía de Cartagena es particularmente bella y grande, además de estar en un sitio inmejorable: en el sur del mar Caribe, a no mucha distancia del Canal de Panamá y en la puerta de entrada a la América del Sur. Y los trabajadores del puerto, muchos vinculados desde el momento mismo de su transformación hace 25 años, han demostrado cómo con un cambio positivo en la cultura que rige las condiciones de trabajo se pueden lograr en el Caribe nuestro, en pleno trópico, excelentes rendimientos productivos, creatividad e innovación. *Historiador.