Por Laura Anaya Garrido*

Pocas cosas perturban a Arides Beleño Morales como el encierro. No porque tenga 80 años y viva solo en una casa que parece dispuesta a colapsar en cualquier momento, sino por una certeza inapelable: mientras él permanece bajo techo, sus palomas podrían morir de hambre.

Arides es “el señor que les vende maíz” a los turistas y se lo regala a las palomas de la Plaza de San Pedro Claver, en el centro histórico de Cartagena de Indias. Lo ha sido durante los últimos 31 años y pretende serlo hasta que sus piernas le permitan levantarse de la maltrecha y pequeña cama que ocupa buena parte de su casa. Luego pondrá sus pies sobre una superficie tan irregular que no debería llamarse piso, se arreglará y, finalmente, caminará hasta la avenida. Allí podrá subirse a un bus que lo llevará al centro.

Aunque no le haya faltado la comida, porque sus hijos se la proveían y porque se las arregla mes a mes con el Subsidio del Adulto Mayor, estar confinado fue muy difícil para Arides, así que decidió salir de casa incluso antes de que el Gobierno se lo autorizara a los adultos mayores. Entonces, cuando el Mercado de Bazurto seguía cerrado como medida para prevenir más contagios de covid-19, él se las ingenió para salir de Olaya Herrera, el barrio de la zona suroriental donde vive, uno de los más pobres del Distrito y llegar al centro.

Son las 7:30 de la mañana de un lunes cualquiera y desde el bus de Transcaribe que tantas veces tomó casi vacío, ve cómo la ciudad ha ido regresando a su vieja normalidad: el mercado fue reabierto en agosto por la Alcaldía y en noviembre ya luce tan agitado, tan lleno, solo que ahora abundan los tapabocas. La situación también ha ido “componiéndose” –como dice Arides– en Olaya, y ya la gente no le tiene “tanto” miedo al virus, a pesar de ser uno de los barrios con más contagios de la ciudad. El Departamento Administrativo Distrital de Salud (Dadis) informó que había 1.440 casos confirmados hasta el pasado 2 de noviembre, 17 de ellos activos.

Según el Instituto Nacional de Salud (INS), a mediados de noviembre Cartagena era la cuarta entidad territorial con más afectados por covid-19: tenía 27.488 y solo era superada por Barranquilla (42.389), Atlántico (31.660) y Cesar (27.552). Le seguían Córdoba (27.231), Sucre (15.975), Santa Marta (12.025), La Guajira (10.794), Bolívar (6.891) y Magdalena (6.024). La región acumulaba hasta entonces 207.893 positivos y 8.504 fallecidos y, con la gran mayoría recuperados, ha reabierto todos los sectores de la economía, lo cual incluye el comercio, el transporte, los restaurantes, las playas y los aeropuertos, todo bajo estrictas normas de bioseguridad.

El centro amurallado de Cartagena, por ejemplo, pasó de la soledad y el desconsuelo de junio, a un noviembre más esperanzador. “Los negocios que podían abrir, los que no quebraron, ya están funcionando. La hotelería decidió retomar sus operaciones, al igual que los centros comerciales, las tiendas y los restaurantes. Todos reabrieron poco a poco, con muchas restricciones en el aforo y cuidando las distancias entre sus clientes. Van a un ritmo lento, pero están andando”, explica Mónica Fadul, directora ejecutiva de Fenalco Bolívar.

“Nada es como antes ‘seño’, yo me ganaba 30.000 pesos al día, ahora a veces no me hago nada, pero, ajá, vengo para que estos animalitos no se mueran de hambre, ni yo de tristeza. Acá trabajo, me distraigo y conozco gente”, dice Arides. Porque “en el Caribe vivir no es solo respirar y comer”, reflexiona el sociólogo Jair Vega Casanova, profesor de la Universidad del Norte, en Barranquilla. La pandemia, con su inherente distancia social, “es compleja porque acá la vida no es el mero acto biológico de supervivencia, aquí la disfutamos, la compartimos y la celebramos”. Vega explica que, aunque el confinamiento fue un golpe fuerte para los habitantes de la región, tan acostumbrados al contacto físico, a la cercanía, a la celebración colectiva, el Caribe halló la forma de responder a la pandemia y terminará adaptando su cultura alegre a los cambios que imponga esta crisis.

Mientras tanto, las autoridades de la región apuestan por detectar positivos y rastrear a sus contactos. Vigilancia epidemiológica, le dicen a esa estrategia que buscan fortalecer para fin de año, la época donde reinan, más que nunca, los encuentros familiares. Mientras tanto, Arides saldrá de su casa para compartir el hecho de estar vivo con sus palomas, y con los amigos que se encuentre en el camino, como tantos otros en el Caribe.

*Periodista.

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