Por Alexánder Villarraga*
Para analizar el crecimiento y el desarrollo económico de Colombia resulta fundamental revisar el comportamiento de la Región Caribe. No solo por su destacada participación en la producción nacional y en la generación de empleo, sino por ser, además, una zona donde son más notorios los avances en la reducción de la pobreza. Al menos así lo muestran los datos existentes hasta antes de la pandemia. Es cierto que las consecuencias económicas del covid-19 en los territorios caribeños dependerán de las intervenciones, acertadas o fallidas, que se implementen; pero todo parece indicar que podrían salir muy bien librados en la pospandemia.
Esta región representa cerca del 15 por ciento del PIB a nivel agregado. Atlántico, con el 4,2 por ciento; y Bolívar, con el 3,5 por ciento, son el sexto y el octavo departamento con mayores contribuciones a la producción colombiana, de acuerdo con la cifras del Dane de los últimos 15 años. Si bien ese aporte al crecimiento agregado promedio a nivel nacional (3,9 por ciento) ha sido solo de 0,6 puntos porcentuales, cabe destacar que el crecimiento económico caribeño en este periodo ha superado, levemente, el promedio del país.
El Caribe presenta la menor tasa de desempleo en el país. Sin embargo, al compararlo con otras zonas de la Nación, se observa que aquí la contratación formal es menor. El promedio histórico de trabajadores en el sector informal es mucho mayor para Barranquilla, Montería, Cartagena, Valledupar, Riohacha, Santa Marta y Sincelejo (62 por ciento) que para las urbes del resto del país (55 por ciento).
La recuperación del empleo en las ciudades colombianas, a agosto del presente año, fue impulsado por la ocupación no asalariada y la informal, lo que podría leerse como una buena señal en la Región Caribe, debido a su alta informalidad. Pero, si lo analizamos desde otra perspectiva, puede ser una evidencia de menor estabilidad de ingresos y de una mayor vulnerabilidad de la fuerza laboral en medio de ciclos económicos adversos, como la actual pandemia.
Cambios de fondo
A pesar de los notables avances de la última década, la incidencia de la pobreza monetaria demuestra que persisten brechas importantes con respecto al promedio nacional. Dicha realidad se hace muy visible al revisar la dinámica de este indicador en cuatro capitales de la zona: Sincelejo, Valledupar, Santa Marta y Riohacha. En esta última la inequidad es más notoria, el 49 por ciento de su población vive en condiciones de pobreza.
Cuando examinamos el fenómeno a la luz del Índice de Pobreza Multidimensional (IPM), encontramos que en esta materia también se ha avanzado. La región pasó de un IPM de 45,5 por ciento en 2010, a uno de 28,1 por ciento en 2019. Pero en este último año su índice es bastante más alto que el promedio nacional (17,5 por ciento), y vale la pena recordar que los datos existentes aún no reflejan las dificultades adicionales que ha generado la pandemia.
El Caribe revela datos preocupantes en cuanto a pobreza multidimensional. Atlántico es el departamento ‘mejor’ posicionado, con un IPM de 14,9 por ciento, inferior al promedio nacional, que es de 17,5 por ciento. Otro caso positivo sería el de San Andrés y Providencia, con un índice de 8,2 por ciento. Sin embargo, las demás entidades territoriales revelan condiciones precarias de pobreza por IPM: Cesar, 25,5 por ciento; Bolívar, 26,9 por ciento; Magdalena, 31,6 por ciento; Sucre, 33,3 por ciento; Córdoba, 34,7 por ciento; y La Guajira, 48,8 por ciento.
Estas cifras muestran los avances y las contribuciones de la región al desempeño económico de Colombia, pero a la vez nos recuerdan que la región enfrenta grandes desafíos. Para superarlos se requieren cambios de fondo que representen nuevas oportunidades en un escenario de recuperación económica.
Proyectar el Caribe colombiano a mediano y a largo plazo, aun en esta crisis, es clave para determinar las intervenciones oportunas. Es el momento de repensar varios de los sectores productivos: contar con un turismo adaptado a las nuevas condiciones y exigencias globales, con exportaciones diversificadas que respondan a las actuales y dinámicas demandas mundiales y una industria que reverse la desindustrialización presente aún antes de la pandemia.
Para lograr cambios estructurales en la región se requiere, igualmente, transformar la matriz productiva, impulsar nuevas localizaciones industriales, desarrollar vías terciarias, recuperar los distritos de riego y la navegabilidad del río Magdalena, entre otros fines. Pero, pensar en estos objetivos en medio de la pandemia, pasa primero por mantener las medidas de salud pública y no retirar, de manera prematura, los apoyos a las familias y a los sectores productivos más golpeados por ella.
*Director del Departamento de Economía de la Universidad del Norte.
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