En una casa de ventanales amplios, sin cortinas, en medio de Sabaneta, vive Lezlye. Allí, una tarde de jueves cualquiera, conecta su piano digital y sin calentamiento alguno empieza a jugar con las teclas: hace escalas con las blancas, con las negras; se entrega a la música como en un trance. Y tocando, como lo ha hecho durante más de 25 años, sostiene esta conversación. – Esta canción se llama Invierno Porteño, del compositor argentino Astor Piazzolla. Fue la primera canción que me mostró que podía ser más sensible y feliz. El invierno porteño trajo frío a mi vida en medio del calor de las balas de la Medellín de los años noventa–, dice, conectándose con el sonido, o con el silencio. Lezlye Berrío Cano nació en 1984, año de pleno auge del Cartel de Medellín. Era una época convulsa, en la que vivir un día más era un milagro, y en la que los niños se convertían en sicarios antes de la pubertad. Sin embargo, su familia le inculcó un fuerte interés por la cultura: literatura, arte y música. A los 8 años se enamoró del piano, lo que le dio la posibilidad de elegir una vida distinta. – Me obsesioné con el piano y me alejé de los entornos que conocía. Dedicaba casi 16 horas diarias a tocar y a componer, guiándome con enciclopedias–, recuerda. – ¿Y hacia dónde lo llevó esa obsesión? – ¡La música me salvó! Me mostró la lectura. Me permitió, siendo un niño, ser alumno de mis padres musicales: Teresita Gómez (una de las mejores pianistas del país) y Luis Alberto Correa, director de la Filarmónica de Medellín. Vea también: Pianista a escondidas Lezlye estudió música en la Universidad de Antioquia. En 2003 se convirtió en el primer becario colombiano de la Fundación Carolina de España, donde vivió casi nueve años y estudió en el Conservatorio Superior del Liceu de Barcelona y en la Escuela Granados-Marshall. Allí fue alumno de grandes intérpretes como Stanislav Pochekin, de la escuela pianística rusa; de la española Alicia de Larrocha, y de Mac McClure, un estadounidense que se convirtió, además, en su benefactor. En Barcelona, precisamente, nació Santino, su hijo, hoy de 10 años. Luego estuvo durante un año en Buenos Aires, donde cursó la Maestría en Interpretación de la Música Latinoamericana del siglo XX. Actualmente, después de años y años de relación con las notas musicales, es considerado uno de los mejores pianistas del país. No obstante, tiene una pelea con la obsesión contemporánea por los títulos académicos y considera sus experiencias como sus mejores maestras. – ¡Barcelona es buena si el bolsillo suena! Pero mi beca no tenía manutención, entonces no tenía casa ni plata. Y solo podía ensayar con el instrumento un par de horas a la semana. Yo decía ‘¡Joder!, ¿cómo voy a aprender las obras sin un piano?’. – ¿Entonces cómo estudió? – Leí libros sobre memoria musical y practicaba con repetición muscular. Cuando iba a tocar el instrumento ya sabía qué tenía que hacer. Luego empecé a anotar cómo memorizaba y desarrollé el método ‘Lectura musical repentizada’, para que otros músicos lo siguieran. – ¿Qué lecciones le quedaron de esas experiencias? – Aprendí a desmitificar a los artistas y a encontrarlos, como a la belleza, en todas partes. Es decir, seguía anhelando lo más lejano pero empecé a desear lo más cercano–, dice sonriendo, como si descubriera por primera vez lo que está diciendo. Lo más cercano era Colombia y, específicamente, Sabaneta. Le puede interesar: Tiene 21 años y es es de los mejores pianistas del mundo El pianista regresó a su ciudad natal a finales de 2012. Precisamente en la época en que se creía que se empezaba a apaciguar el país. Empezó a dar clases de música en la Universidad Eafit y en la Universidad de Antioquia. También se involucró en el mundo musical local. – ¿Todos esos cambios influyeron en su música? – ¡Claro! Sigo admirando a los pianistas clásicos, pero reconecté con artistas populares como Chavela Vargas. Además, empecé a sentirme destinado a grabar la historia del piano colombiano. El año pasado grabé, en cuatro días, las 144 obras de Pedro Morales Pino, un compositor vallecaucano. Y este año voy a hacerlo con las 128 obras de Luis Antonio Calvo. – Muchos músicos tienen manías. ¿Cuáles son las suyas? – Trato de ser ‘antimanías’. Dejé los corbatines y voy siempre con la camisa por fuera. No caliento y toco de memoria los conciertos en que soy solista, para disfrutar y no andar con las partituras debajo del brazo. – Dígame, ¿cómo suena Sabaneta? – Es un pueblo joven. Entonces es una vorágine de ruido que busca convertirse en música y armonía. *Periodista