El cielo araucano se hubiera visto completa y tranquilamente oscuro si no fuera por la llamarada que brotó en el panel de instrumentos del Cessna 414 en el que viajábamos los cuatro tripulantes de la nave. Un corto circuito había originado las llamas y, cuando vimos el fuego, saqué mi celular y comencé a grabar. “Nos matamos”, pensé, mientras registraba la emergencia en un video que envié a mi hermano de inmediato. Si el accidente nos costaba la vida por falta de mantenimiento, esas imágenes servirían como prueba para una demanda. Una vez salimos del estupor, logramos alcanzar el extintor y nos acercamos a la cabina. Al vernos, el piloto nos pidió no activarlo pues él mismo sacó otro de bolsillo con el que sofocó la candela. Ahora solo faltaba aterrizar, pero sin instrumentos de navegación ni pistas sobre la ubicación del aeropuerto. Entonces, la noche se iluminó una vez más con nuestros celulares mientras guiábamos la nave. Solo llevaba un año como médico de ambulancias aéreas e íbamos a la capital de Arauca para recoger un paciente. Fue en 2015, cuando trabajaba para una empresa que prefiero no mencionar por obvias razones. Pero gracias a la experiencia del piloto, logramos aterrizar a salvo, aunque con ‘barrigazo’ incluido y con la sorpresa de que el capitán no había reportado la emergencia. Me gradué en la Fundación Universitaria Juan N. Corpas hace 20 años y, en los cinco que llevo salvando vidas en el aire, he hecho por ahí unos 1.000 viajes. Como es evidente, no es lo mismo atender pacientes en tierra que a 20.000 pies de altura. El principal conocimiento que hay que tener es cómo cambia el cuerpo con las variaciones de presión atmosférica (especialmente en los sistemas circulatorios y gastrointestinal). Para ello es necesario tomar cursos especiales sobre fisiología de vuelo, mercancías peligrosas o interdicción aérea, capacitaciones que son requisitos de la Aeronáutica Civil y que cada dos años deben renovarse. Por ser un servicio tan costoso, la ambulancia aérea transporta pacientes en grave estado de salud y a los que solo un traslado (usualmente a Bogotá) podría salvar su vida. Las indicaciones y contraindicaciones absolutas para determinar si un paciente puede ser trasladado están en el reglamento de la Aeronáutica Civil, pero hay algunas obvias, como evitar personas con cirugías recientes o en estado avanzado de embarazo. “Quiero a mi papá vivo” Las emergencias aéreas son mucho menos numerosas frente a las de otras formas de transporte, pero los vuelos inseguros se presentan porque, aunque existe esta regulación, alguien la omite. Por ello, hay vuelos que se efectúan sin la revisión mecánica necesaria (que se hace cada 50.000 kilómetros) y puede ocurrir, por ejemplo, que al aterrizar los frenos del avión no respondan y el aparato deba frenar solo con los alerones, pero termine igual fuera de la pista, con bomberos, ambulancia y un susto terrible, como también me ocurrió hace tres años al llegar a Quibdó. También me pasó de regreso de Yopal hacia Bogotá, cuando justo antes de pasar la cordillera que separa los llanos del interior, iba con un paciente que había sobrevivido a un infarto. La turbina del ala derecha del avión estalló y la nave entró en lo que se llama ‘gravedad cero’ durante varios segundos y todos los objetos parecieron perder su peso. Ante la emergencia, el mejor rumbo de acción era regresar a Yopal y, con bomberos y ambulancias esperando nuestro aterrizaje, tocamos tierra en el momento justo en que la otra turbina dejó de funcionar. Lea también: Helicópteros ambulancia, el futuro de la atención de urgencias “Yo quiero a mi papá vivo”, me dijo mi hija de 14 años en ese momento. El mensaje me hizo retirarme de esa empresa hace tres años y esperar otra mejor, como Río Sur, en la que estoy actualmente. Sin embargo, los factores de riesgo ocurren a veces por descuido propio, pues hay lugares, como Cumaribo o la frontera con Perú, en los que uno sabe que hay normas que no permitirían trasladar al paciente, pero que si se queda allá, se muere. Y uno debe ponerse la mano en el ‘considere’… Por eso, quienes hacemos esto debemos tener cierto gusto por la adrenalina, pero también nos nutren los recuerdos de las misiones exitosas, como la atención en la tragedia de Mocoa, o los dos nacimientos que he atendido en el aire o las reanimaciones cardiacas en las que logré estabilizar al paciente mientras los familiares me llenan de bendiciones por mi labor. Aun así, si mi hija, quien entrará pronto a estudiar medicina y es aficionada a los aviones, me dice que quiere atender en ambulancia aérea, le responderé con un sonoro “no”. *Médico de ambulancia aérea de Río Sur.