Por sus ojos verdes que en ocasiones se ven azules, su cabello rubio, tez blanca y su nombre, a Geo von Lengerke Nigrinis, cualquiera podría considerarlo tan alemán como si hubiera nacido en la tierra de Bismarck. Pero no: este comerciante de 43 años es bumangués y santandereano como sus padres. Al reconstruir el rompecabezas de su árbol genealógico, aparece la razón de esos rasgos tan marcados. Su tatarabuelo o quizá su padre, Georg Ernst Heinrich von Lengerke, (la exactitud se diluye en los débiles recuerdos familiares), fue el colonizador más famoso de Santander. El primer Geo de la familia −nacido en 1827 en la ciudad alemana de Dohnsen− arribó en 1852 a Colombia a sus 25 años, y al asentarse en Santander, transformó para siempre la región. A este comerciante que exportó tabaco, sombreros de nacuma y quina hacia Europa, se le atribuye la puesta en marcha del cultivo de café en Santander, el despegue de Bucaramanga como centro del desarrollo económico del departamento y su conexión con el mercado exterior. “Él se dio cuenta de lo difícil de sacar la mercancía por el lado de Cúcuta hasta Maracaibo. Pero tuvo la idea de hacerlo desde Bucaramanga, por el río Lebrija, para llegar al Magdalena y de ahí hasta Barranquilla. Entonces, Georg Ernst Heinrich von Lengerke cambió el circuito comercial”, explica Emilio Arenas, sociólogo, historiador y exasesor del expresidente Virgilio Barco. Más allá del honor del nombre, que le pusieron por insistencia de su padre, el Geo que nació en Bucaramanga no heredó las riquezas de su ancestro alemán, que murió en la ruina. Pero, según Anke Oesterreich, una alemana que investiga la vida de Lengerke desde hace más de una década, no dejó fortuna pero sí una herencia que incluye los caminos de piedra de Zapatoca y Guane y el primer puente metálico del país. Es decir, impulsó una visión modernizadora para el departamento. Herencia alemana La figura de Lengerke permanece en el imaginario santandereano. En parte por su labor y en parte porque lo inmortalizó el escritor bumangués Pedro Gómez Valderrama en su novela La otra raya del tigre. Pero no solo ese germano influyó en el desarrollo del departamento. Según los cálculos del historiador Horacio Rodríguez Plata para su libro sobre el poblamiento de la región, junto con él migraron alrededor de 100 alemanes. El bumangués Armando Martínez Garnica, director del Archivo General de la Nación, señala que esta oleada de emprendedores llegó debido a que en 1854 “Colombia firmó un tratado con la Liga Hanseática (federación comercial de algunas ciudades europeas), que les ofrecía beneficios comerciales a sus ciudadanos”. Además, para los extranjeros resultó atractiva la libertad de comercio en Colombia, decretada en las reformas de medio siglo impulsadas por pensadores santandereanos. Así también migró César Lülle, un bodeguero que se convertiría en el abuelo del empresario Carlos Ardila Lülle. Inicialmente, los alemanes no se integraron con facilidad: los comerciantes locales, en especial los artesanos, no vieron con buenos ojos las importaciones y los monopolios que establecían estos extranjeros. Además, por la cultura conservadora de la época, los raizales se escandalizaban con el gusto de los germanos por el coñac y las pinturas de mujeres desnudas con las que decoraban sus casas. Pero al final, resalta Arenas, “tuvieron una gran influencia social por su posición económica, y el resto del pueblo trató de imitarlos: los potentados querían casarlos con sus hijas y las mujeres que no podían casarse buscaban tener hijos con ellos”. Los otros “El apellido desapareció con el tiempo”, dice Héctor, de 86 años, cuando se le pide precisar en qué lugar de su nombre se ubica el McCormick, apellido de sus ancestros escoceses que llegaron a Santander en la década de 1860. Va después del Mantilla y el Consuegra, eso es seguro, pero no se sabe exactamente en dónde. Las migraciones diferentes a las alemanas fueron menos numerosas, tuvieron menos influencia y están poco documentadas. Pero las hubo: desde italianos y daneses, hasta franceses e ingleses, seducidos por la riqueza minera de pueblos como California, Supatá y Vetas, recorrieron las montañas de la zona. También llegaron venezolanos, a quienes por la cercanía cultural los santandereanos no consideraban extranjeros; en consecuencia, recuerdan poco su presencia. Además de estos, en 1890 arribaron libaneses −conocidos como turcos porque su país pertenecía al Imperio Otomano−, que se dedicaron en su mayoría al comercio de telas. “Había gente suficiente para una colonia. Eran tan importantes que en 1910 donaron el quiosco de música del parque Centenario”, agrega Martínez Garnica. Así mismo, después de disuelta la Unión Soviética, en 1991, inmigraron científicos y músicos ucranianos, rusos y polacos. “Los trajeron la Unab (Universidad Autónoma de Bucaramanga) y la UIS (Universidad Industrial de Santander) porque en esa época se conseguían científicos con posdoctorado a precio de huevo. Aquí se les hizo la vida muy fácil”, recuerda el director del Archivo General de la Nación. Los extranjeros en general cumplieron un papel importante como impulsores de la modernización de Santander, eso lo acepta Martínez Garnica. Sin embargo, el historiador cree que los han sobreestimado. “Los alemanes se aliaron con otros y les mostraron cómo era el camino. Ellos brillan más porque son más blancos, más buenos mozos. Pero otros que trabajaron con ellos son más importantes y eran diez veces más: los zapatocas, los chucureños, los mismos bumangueses”. El caso de Lengerke es distinto, principalmente en Bucaramanga. “Cuando llega esto era una aldea. Y cuando muere, en 1883, en Bucaramanga había 100 casas de comercio; consulados de Estados Unidos, de Alemania, de Italia, de España. Ya era una gran ciudad, la segunda que tenía luz eléctrica en el país”. Raíces campesinas “No hablo alemán −dice el Geo bumangués− nadie en mi familia lo hace, ni tenemos costumbres alemanas”. Ese es el mismo caso de los descendientes de los McCormick y de los otros grupos de inmigrantes. Solo algunas palabras permanecen de la herencia italiana, como nona para referirse a la abuela o chocato para una situación incómoda. Pero del alemán, ninguna. En cambio, parece que algunos gustos por ciertos tragos se mantienen, pero estos rasgos son granos de arena en medio de un desierto. Y la culpable quizá sea la misma santandereanidad. Como explica Armando Martínez: “La cultura santandereana es campesina, rural y muy fuerte. Se chupa lo que agarra. Si el extranjero llega, una mujer se lo lleva al día siguiente y su familia lo incorpora a lo santandereano”.