Walter estaba encerrado en un carro, solo. Allí estaría más protegido, pensó. De pronto, notó cómo el diablo se acercó seguido de un hombre bigotón y otro con cara de pocos amigos. Recuerda que rodearon el carro e intentaron abrirlo. Lo paralizó el miedo. Tenía 5 años y tal vez era la única persona en el barrio La Cumbre, en Floridablanca, Santander, que no estaba disfrutando de la algarabía, la pólvora y, sobre todo, de los matachines que protagonizan las fiestas decembrinas. Los matachines son una costumbre muy arraigada en Santander; aunque su origen sigue sin ser claro, existen varias hipótesis. Unas apuntan a que es una alegoría de la conquista española sobre los indígenas americanos y otras sugieren que las máscaras las usaban los enfermos de lepra para cubrirse. Sin embargo, en Floridablanca, la tradición comenzó con la llegada de Antonio Reyes. Este boyacense del municipio de Soatá, salió a la calle disfrazado con otras ocho o diez personas. Era 1963 y lo que parecía un juego, pronto se convirtió en un rito del que participarían más de 400 personas disfrazadas que perseguían a la gente con la amenaza de un rejo. Precisamente esta tradición consiste en provocar al matachín para que emprenda una persecución que si es exitosa tiene como recompensa una moneda. “Don Antonio Reyes era un monstruo, él se inventó los matachines”, cuenta Walter Conde, el mismo niño asustado del carro, quien hoy preside la Corporación Matachines Nueva Generación, una entidad que creó el 3 de diciembre de 2018 con el objetivo de “rescatar lo que nuestros papás y nonos nos cuentan sobre cómo eran las fiestas con los matachines”, sostiene al rememorar el alboroto navideño. Lo cierto es que los matachines no son una tradición exclusiva de Santander. Se han documentado festividades con las mismas características en los municipios de Prado y El Guamo, en Tolima, y también en Guapi, Cauca. Tan variadas como los lugares donde se celebran son las épocas en las que se hacen. Incluso, una investigación realizada por la videasta Claudia Isabel Navas da cuenta de que los orígenes etimológicos de la palabra ‘matachín’ pasan por el italiano y algunos dialectos africanos, lugares donde se registran fiestas y personajes similares. Lea también: La vida de Fidel Castro en Bucaramanga Jugar a ser otro Luego de la terrible experiencia en el carro, Conde superó su miedo y desde los 12 años comenzó a disfrazarse de diablo para las fiestas decembrinas de La Cumbre. En ese entonces (2004), el evento estaba organizado por la Corporación Recreativa, Cultural y Escuela de Matachines de Santander, que estuvo bajo la dirección de Hugo Arteaga durante 45 años. “Con el tiempo, recueda Conde, don Antonio Reyes se hizo a un lado y Hugo Arteaga lo reemplazó, él fue quien verdaderamente impulsó esto y llevó a los matachines a ‘Sábados Felices’ y al Carnaval de Barranquilla”, continúa Conde, quien aún conserva algo de ese pasado en su casa. Tiene algunas máscaras talladas en madera por Reyes y hasta recuperó una de diablo que usó el padre matachín durante su adolescencia. En 2010, Conde dejó de participar de la tradición. Un año después, Hugo Arteaga falleció “y de ahí en adelante los matachines quedaron en el limbo”, asegura. Revivir la tradición En 2015, al ver que la tradición estaba al borde de la desaparición, Conde decidió usar la máscara una vez más. Para ese momento la fiesta se había desfigurado tanto que los matachines ni siquiera se cubrían el rostro y, como él mismo lo explica, “un matachín sin máscara pierde la gracia porque no se sabe qué personaje es”. Ese año decidió dar ejemplo y mostrar la esencia de un verdadero matachín. Y funcionó. “A partir de ese momento la gente se empezó a vestir como es”. Su regreso también provocó que muchos intérpretes antiguos volvieran. “Hay un señor que tiene como 50 años y es muy serio, de bigote y traje. Disfrazado nadie pensaría que es él, porque baila, molesta, se mete en el personaje”, cuenta Walter. Sin embargo, revivir una tradición no es una tarea fácil y menos cuando los cimientos flaquean. Conde señala que la corporación liderada por Arteaga, luego de su muerte, descuidó la gestión y muchas veces fue un obstáculo. Por ejemplo, cuando impidió una presentación de matachines para conmemorar el Día de la Santanderianidad en 2018. Varios matachines habían sido invitados al desfile para amenizar con baile la presentación de la banda instrumental de la ‘Fortaleza Leoparda’, hinchada del Atlético Bucaramanga. Pero la organización no lo permitió. Por esa negativa, Conde decidió divorciarse de lo que consideraba una piedra en el zapato y formar su corporación. Eso explica por qué aunque tradicionalmente en el día de la Asunción de la Virgen no suele haber desfiles, el año pasado organizaron uno. Tenían que mostrarse. “Queremos algo distinto, algo artístico y cultural”, cuenta Conde desde su casa, en La Cumbre. Hoy, la Corporación Matachines Nueva Generación gestiona talleres de fabricación de máscaras y en la Casa de la Cultura de Floridablanca se hace interpretación de clown. Bajo esta nueva filosofía más de 200 matachines salieron el pasado 24 de diciembre acompañados por los Leopardos bumangueses, que musicalizaron la jornada. A sus 26 años, Walter Conde, además de trabajar con su moto por las calles bumanguesas, saca tiempo para seguir reviviendo una tradición que lo asustaba de pequeño, con la que luego se entusiasmó y que finalmente consiguió renovar. “Hay matachines que buscan inspirar miedo, asustar a la gente, pero lo que nosotros queremos es saludarlos. Yo veo que un niño llora por ver al matachín y le hago juego. Entonces coge confianza y se le quita el miedo. Esa es la idea de esta tradición, que todos nos divirtamos”.