El aislamiento cambió nuestros momentos de consumo de alimentos y aceleró algunos procesos que habían ganado fuerza en los últimos años, como el regreso a la comida fresca y el conocimiento creciente sobre los efectos de los productos procesados. Antes de la cuarentena, según los datos disponibles en Raddar, un colombiano consumía, enpromedio, cerca de un kilo y medio de comida en casa y tres cuartos de kilo fuera de ella –se estima que las harinas representarían el 15 por ciento de ese menú y las proteínas el 12 por ciento–. En cuanto a los líquidos, un ciudadano compraría alrededor de medio litro, entre gaseosas, jugos y lácteos.Pero en estas cuentas no se incluye el consumo de agua, jugos caseros, sopas, cafés con leche, tintos y aromáticas, que deben sumar los cerca de dos litros que deberíamos tomar al día. Con el encierro, el ajuste en estos hábitos ha sido sorprendente.Al comparar los datos de los meses de abril de 2019 y 2020, se aprecia un crecimiento del 5 por ciento del gasto en alimento por persona. Las comidas en el hogar aumentaron 23 por ciento y las que se consumían fuera cayeron 65 por ciento, lo que deja en evidencia la limitación de compra en restaurantes y el aumento de los domicilios. Otro fenómeno menos visible fue el de las llamadas “compras de búnker”, que consistieron en una exagerada adquisición de comestibles pensando en la gravedad de la cuarentena. Pero los cálculos de estos consumidores fallaron; algunos compraron demasiadas frutas y verduras que, como era de esperarse, en la segunda semana de aislamiento comenzaron a pudrirse; y otros no tuvieron en cuenta el tamaño de su nevera y no tenían dónde almacenar tanto mercado.Con el paso de los días comenzamos a valorar más la comida, volvimos a cocinar en casa y a disfrutar de cosas que habíamos olvidado. En las alacenas recobraron el protagonismo las pastas, el pan, los embutidos e incluso los modificadores en polvo para agua y leche, debido a que no son perecederos. Mientras tanto aumentaban las búsquedas en Google sobre cómo “consumir sanamente”, ya que no es fácil lograr el equilibrio entre la frecuencia, la intensidad y la cantidad, las tres grandes variables para un consumo sano y responsable de alimentos: se puede comer harinas, con una frecuencia moderada, una o dos veces al día y en cantidades suficientes.Este proceso de aprendizaje se está dando mucho más en el consumo que en el gasto. En casa, los horarios de los niños y los adultos no son los mismos. Los padres tienen la oportunidad de definir qué comen sus hijos de acuerdocon sus propias percepciones sobre los alimentos. La dinámica del desayuno, por ejemplo, cambió. Como no hay necesidad de movilizarse al trabajo o al colegio, hay más tiempo para disfrutar de este momento en familia. En cambio el almuerzo ahora se negocia entre las horas asincrónicas de estudio y las reuniones de trabajo.Esta redefinición en los horarios y en los volúmenes de las comidas ha acelerado nuevos hábitos que empezaron a surgir poco tiempo atrás, como consumir menos calorías, una menor cantidad de sodio y comer más frutas y verduras que en 2019 ya representaban el 44 por ciento de los kilos de alimentos que llegaban a casa.Hoy, la decisión de qué consumir se toma teniendo un conocimiento más certero de los productos y con la conciencia de que esos comestibles deben ser benéficos para la familia. Poco tiempo atrás eso no pasaba. Precisamente, este es uno de los grandes cambios que estamos viviendo, pues ahora sabemos qué comemos y qué comen los que queremos, y estamos volviendo a hacerlo juntos, como si estuviéramos en vacaciones, mientras aprendemos y estudiamos.*Fundador de Raddar, Consumer Knowledge Group.Lea también: ¿Por qué deberíamos prestarles más atención a los productos orgánicos?