De cierta forma, un mapa es un retrato de la humanidad. La foto en la que todos caben. Históricamente, la geografía ha constituido un relato de triunfos y derrotas: imperios que se expanden, mientras otros se contraen; colonias conquistadas, sobe- ranías arrebatadas; guerras ganadas y perdidas. Fue en las tensiones causadas por las dinámicas del colonialismo en Brasil, y en diversas naciones del hemisferio sur, que Josué de Castro encontró parte del origen de uno de los problemas más graves de la humanidad: el hambre. Un tema que se convirtió en el hilo conductor de su trabajo.Quizás una de sus obras más conocidas sea Geografía del hambre (1964), un libro que, según la definición de su autor, no es “una geografía de las grandezas humanas, sino una geografía de sus miserias”. El texto centra su análisis en Brasil, pero su repercusión internacional llevó a que escribiera otro con un alcance más global: Geopolítica del hambre. Pocas veces había sido tan claro el vínculo entre la alimentación y la calidad de vida de las personas. Hoy parece obvio, pero fue necesario que Josué explicara con argumentos científicos que si un trabajador tiende a enfermarse o no es lo suficientemente productivo se debe, en buena parte, a que no se ha alimentado de forma adecuada.Tuvo que demostrar la invalidez –en pleno siglo XX y con la esclavitud erradicada en Brasil– de concepciones racistas que daban por sentado que el color de piel de una persona tenía que ver con su disposición natural a trabajar. Trazar los puntos entre las causas y las consecuencias del hambre requirió del enfoque multidisciplinar de Josué, de su capacidad para ver el rasgo humano en la geografía.En primera personaSu aproximación a esta problemática no se dio únicamente desde la observación científica. Josué Apolônio de Castro Barboso nació en Recife en 1908. Sus primeros años transcurrieron en un barrio cercano al río Capibaribe, en cuyas inmediaciones se asentaban las chozas de barro de varias personas que vivían de la captura de crustáceos, que a su vez se alimentan de desechos y excrementos presentes en estas aguas contaminadas. Fue esta la inspiración de El ciclo del cangrejo, un ensayo escrito en 1930 que materializó su primer acercamiento formal al hambre como tema de investigación.De quienes habla en este ensayo no son sujetos distantes analizados en un laboratorio. Es muy probable que se tratara de sus compañeros de juegos. Josué murió exiliado por la dictadura en París, en 1973. Uno de sus hijos, que lleva el mismo nombre, vive actualmente en Río de Janeiro. Tiene 84 años. Y recuerda que su padre “hacía cosas muy distintas, no tenía un grupo de personas muy ligado a él, ni un partido político”. Es probable que el ánimo censor de la dictadura y ese enfoque multidisciplinario que le sirvió para tender puentes entre la medicina, la geografía e incluso la ecología, causaran que su legado fuera un poco difuso.Uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU se titula ‘Hambre cero’; sin embargo, el más reciente Informe Mundial sobre las Crisis Alimentarias del Programa Mundial de Alimentos indica que en 2019 –sin el agravante de una pandemia– en el mundo se contabilizaron 135 millones de personas en situación de crisis alimentaria. “Los problemas de alimentación continúan”, comenta Josué, a quien ni el hecho de ser abuelo le ha restado el ‘Filho’ (hijo) que suele acompañar a su nombre, “la cuestión no es la falta de alimentos, es su distribución y comercialización”. Lo dice él, que se acostumbró a que, durante las comidas familiares, su padre hablara de salud pública, de problemas de alimentación, de desigualdad social; varias décadas antes de que estos temas llegaran a las agendas de gobiernos y organismos internacionales.A propósito de organismos internacionales, en El libro negro del hambre, otra de las obras de Josué de Castro, se incluye un fragmento del discurso de renuncia al cargo de presidente del Consejo Ejecutivo de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, FAO: “No fuimos suficientemente osados, no tuvimos el coraje necesario para encarar de frente el problema y buscar soluciones. Apenas rozamos su superficie, sin penetrar en su esencia, sin querer en verdad resolverlo, por temor de desagradar a algunos”. Sobra la modestia en las palabras de Josué, quien sin duda, se adelantó varias décadas a un problema que se debió haber resuelto hace mucho tiempo.Que alguien los escribaJosué de Castro (hijo) le contó a SEMANA que durante una visita a París, poco antes de la muerte de su padre, este le dijo que tenía en mente escribir un par de libros más: uno sobre la necesidad de que los países de América Latina trabajen de forma conjunta en la solución de sus problemas, y otro sobre la mala alimentación en Estados Unidos. Seguramente habrían sido igual de acertados que el resto de su bibliografía. Ojalá que algún autor tan informado y comprometido como él, se anime a escribirlos.Lea también: ¡No más desperdicios!