En Colombia, la energía ha recorrido un largo camino –a veces incluso a lomo de mula– para pasar de las velas y antorchas a un sistema eléctrico que cubre el 97,02 por ciento del territorio, según cifras de la Unidad de Planeación Minero Energética. Repasamos este viaje a través del trabajo del historiador René de la Pedraja Román. 1. Velas y antorchas Durante siglos, las comunidades indígenas usaron la leña como principal fuente de energía –prácticamente renovable debido a la escasa población–. Con la llegada de los españoles, se introdujeron dos innovaciones que pronto alumbrarían las casas y calles: la vela y la antorcha de sebo. No obstante, la mayoría de las actividades se detenían al anochecer. La leña siguió siendo la principal fuente de calor. Era necesaria para tareas como cocinar. Hasta el siglo XVIII, la mita urbana (sistema de reciprocidad de trabajo usado por los españoles) obligó a las poblaciones indígenas cercanas a Tunja y Santa Fe de Bogotá a proveer leña para las ciudades. 2. La piedra negra El barón de Humboldt –tras una visita de inspección en 1801– vio con preocupación que las enormes cantidades de combustible consumidas eran insostenibles. Para entonces, la población había crecido, lo que llevó por primera vez a una escasez de leña a principios del siglo XIX. La respuesta se encontró en el carbón vegetal, una industria que fue creciendo hasta que ya en 1845 constituía la mayoría del combustible de Bogotá y Medellín. Pero pronto se dio paso al carbón mineral. No obstante, según el historiador René de la Pedraja Román, la demanda de carbón durante el siglo XIX no alcanzaba para promover el desarrollo de una fuerte red de transporte. Así, muchos empresarios optaron por la fuerza hidráulica para impulsar sus negocios. Lea también: Servicios públicos, la piedra angular de las ciudades 3. Iluminar las calles Los intentos fallidos e intermitentes de ciudades como Cartagena y Bogotá de instalar un alumbrado público basado en antorchas no dieron frutos. Por fin, a partir de 1865, empezaron a llegar las lámparas de petróleo y gas, y con ellas la luz a las calles. El 4 de agosto de 1886, la empresa The Bogotá Electric Light Co. trajo las máquinas –desde Italia hasta Honda, y de allí en mula a la capital– que encendieron por primera vez la electricidad para el alumbrado público en Colombia. Pronto la sustituyó la firma Samper Brush, que instaló el servicio eléctrico permanente en la ciudad junto con la primera planta hidroeléctrica, en el río Bogotá. 4. De público a privado A lo largo de la primera mitad del siglo XX, el Estado empezó a presionar para hacerse cargo del suministro de energía. En 1967, se creó Interconexión Eléctrica S.A., entidad encaminada a coordinar los servicios eléctricos de las regiones. Sin embargo, durante las siguientes décadas, el desempeño de la gestión pública se deterioró gravemente hasta culminar en grandes racionamientos de energía en 1991 y 1992. A partir de la nueva Constitución y la reestructuración del Ministerio de Minas y Energía, el sector empezó a volver a manos de empresas privadas. 5. El paso a las ‘renovables’ Según la Unidad de Planeación Minero-Energética (Upme), Colombia cuenta con un gran potencial en fuentes no convencionales de energía renovables –principalmente la solar y la eólica– que complementen la generación hidroeléctrica. En 2018, la superintendente de Servicios Públicos, Rutty Paola Ortiz, declaró su compromiso con propiciar la entrada de estos proyectos al país. Este año, la empresa italiana Enel Green Power puso a funcionar la planta de energía solar más grande de Colombia. Y 27 empresas generadoras se presentaron para la próxima subasta de energías renovables del Ministerio de Minas y Energía.